viernes, 26 de febrero de 2010

La economía no existe, de Antonio Baños Boncompain

La economía no existe, de Antonio Baños Boncompain no es un libro de economía, todo lo contrario: se trata de un libro estupendo. Una disección pormenorizada de las pequeñas discordancias del mundo. De sus porqués, sus cuándos y sus cómos. Pero cuando se habla de un libro, suele ser cosa de buen gusto poner un extracto del mismo. Helo aquí:

“Es probable que al leer el título que luce en la cubierta más de uno haya torcido el gesto, chascado la lengua y negado con la cabeza: ¿cómo no va a existir la economía, si estamos todos fastidiados por la crisis? Pues precisamente por eso. Bajo el yugo de la econocracia, la vida se ha reducido a cifras y modelos que los economistas aplican sin piedad, y metiendo la pata con asombrosa frecuencia. Al igual que los escolásticos en su momento, los econócratas practican una forma de onanismo mental”.

No quiero llevarles a engaños. Es muy probable que a muchos de ustedes, a priori, este libro les huela a eructo antiglobalización, a pataleta pequeñoburguesa. Y tal vez tengan parte de razón, pero sólo parte. En justicia cabe decir que tampoco se trata de un libro, sino más bien un pasquín, como claramente dice su subtítulo: “un libelo contra la econocracia”. Y como libelo no le pidan soluciones, su naturaleza es francotiradora.

Otrosí. Antes de leerlo es obvia la disposición a calificar este escrito como un ataque directo y kamikaze a un sistema político-económico concreto, sin embargo sería volver a errar en parte, pues es mucho más que eso: es una embestida a un sistema mental. La tesis del texto no es exactamente la de atacar el sistema capitalista, más bien se trata de reconquistar el espacio perdido de la cordura. La economía ha dejado de ser una cosa real para convertirse en una superchería, ha dejado de ser útil para convertirse en única, con todo lo que ello implica, como por ejemplo la incapacidad de concebir otras posibilidades. El lenguaje económico al que nos hemos entregado con pasión se asegura de que no valoremos una posibilidad alternativa disfrazándose de ciencia: tasas, índices, plusvalías, balanzas o activos no pueden estar equivocados. Una tasa de confianza es una tasa de confianza. ¿O no?

Los economistas se presentan ante nosotros, los ignorante, como científicos; como expertos en las matemáticas del dinero y los mercados. Sin embargo basta echar un vistazo a sus declaraciones para darse cuenta de que se comportan más como oráculos o chamanes.

La economiá no existe es un libro repleto de obviedades, pero obviedades que se olvidan a menudo. Baños Boncompain no es un antisistema, no aboga por la eliminación de la cosa económica, más bien su teoría es otra: es necesario reubicar en nuestra mentes los pensamientos pecuniarios, por decirlo así. En suma, La economía no existe es un libro tan sensato como carcajeante. Con una deliciosa costumbre popular casi extinta: el sentido común. En definitiva un libro interesante y revelador en el que, además, y citando al autor, “se entienden todas las palabras“.

jueves, 25 de febrero de 2010

Locas


No sé quién dijo que la belleza es aquello lo suficientemente sencillo como para mostrarnos lo que queremos ver en su lugar. Y normalmente nos vemos a nosotros mismos: Se trata del principio de identificación. La expresión de esta filosofía en el cómic da como resultado la corriente línea clara, que en ocasiones peca de caer en la asepsia argumental. Pero Locas es un prodigio de equilibrio entre una hipnótica sencillez gráfica que nos permite meternos hasta la cocina y una historia no sólo excepcionalmente bien construida, sino también cercana y estimulante. Leyendo este cómic uno vive la vida que siempre quiso haber tenido y se enamora, irremediablemente, de Maggie y Hopey.

En 1981 California era un crisol de buen rollo, punk-rock y cómic underground, y los hermanos Jaime, Beto y Gilbert Hernández metieron estos elementos en la coctelera para crear la revista Love & Rockets, considerada hoy la madre del cómic independiente moderno. Con el transcurso de los años Jaime ha ido eliminando los cohetes de la ecuación y el amor ha pasado a ser el motor de sus historias, intensamente vitales y optimistas incluso en los momentos más dramáticos y crudos de la serie. La muerte, la violencia o el dolor no se esconden, pero encuentran su sitio en un mundo completo y apasionado, plagado de personajes con los que querrías emborracharte en un concierto de Ape Sex o montártelo en la parte trasera de tu furgoneta. Hablar de esta obra coral es hablar de Maggie, esa chica medio mejicana un poco culona que iba a las fiestas de Chimney y se ha enrrollado con Ray, y de su amiga (o novia, nunca lo hemos sabido muy bien) Hopey, la colombiana/irlandesa que toca el bajo en el grupo de Terry. De su tía Vicky, la campeona de lucha libre, o de su amiga Penny, el bombonazo obsesionado en convertirse en una superheroína...

Las referencias musicales de culto son constantes: The Undertones, The Sweet, The Avengers, Shonen Knife, Lou Christie, Bikini Kill, The Replacements... Desde el punk al pop de los 60 y el country. Para los que estéis interesados hace unos meses confeccioné un disco con (casi) todas las canciones que se citan en la obra. Y para los que tengáis una banda este cómic es una fuente inagotable de nombres de grupos que no existen, desde los Ape Sex anteriormente citados hasta Jerusalem Crickets, pasando por La Llorona o The Ronkies.

El único cómic que leen tus amigas que nunca leen comics. Realista y divertido, por contradictorio que parezca. Vida en estado puro. No, todas estas frases se quedan cortas para definir esta maravilla. ¡Espera, ya lo tengo!

En este cómic parece que siempre sea verano.

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martes, 23 de febrero de 2010

Fantasmas, de Chuck Palahniuk

Si te llamas Chuck Palahniuk y tu primera novela publicada se llama “El club de la lucha”, entonces has dado un metafórico puñetazo encima de la mesa del panorama literario norteamericano. Pero si además esa primera novela es adaptada al cine por uno de los directores de moda del momento y empieza a venderse como churros gracias a/por culpa de la mentada adaptación cinematográfica, entonces tienes un problema nada metafórico. Y ese problema se llama cumplir las expectativas generadas. Más de un escritor ha fracasado ante tal tarea (me viene a la cabeza nuestro desnortado José Ángel Mañas y su Historias del Kronen), incapaz de digerir un éxito que, buscado o no, se le ha colado en la rutina.
Sin embargo, Chuck Palahniuk pareció lidiar bastante bien con las presiones y, llevado por su febril imaginación, se dispuso a publicar casi una novela por año. Tras cinco libros que tuvieron un éxito dispar pero que ni mucho menos se consideraron fracasos en el ámbito más pecuniario ni tampoco en el entorno crítico, llegó “Fantasmas”, su séptima novela.

Fantasmas, como casi todas las novelas de Palahniuk, parte de una premisa interesante: tras leer un anuncio en la prensa, un grupo de personas deciden encerrarse durante tres meses en un retiro intelectual denominado Colonia de escritores para que, apartados del mundo y de sus obligaciones, consigan escribir en ese tiempo una obra maestra literaria. Ocurre que esa Colonia de escritores es un desvencijado teatro sin electricidad, ni comida, ni los más básicos suministros. La degeneración está servida.

Existen así dos tramas fundamentales que se entrecruzan en la novela: por una parte el encierro dentro del viejo teatro que nos muestra las relaciones entre los aspirantes a escritores (que en realidad no tienen ninguna intención de escribir nada) y el misterioso organizador de tal experimento; y en segundo lugar cada una de las historias particulares de los encerrados. De este modo, Fantasmas posee una estructura narrativa tan original que se podría denominar como un libro de relatos vertebrados mediante un enclenque hilo conductor. Y digo enclenque porque resulta del todo intrascendente saber cuál va a ser el desenlace del degenerado encierro y, por el contrario, son las historias personales las que nos empujan a mantener la lectura.

La historia que actúa como columna vertebral de la novela transmite una penosa sensación de urgencia que no hace ningún bien al conjunto de la obra. Da la impresión que Palahniuk, mientras escribía este libro, cayó presa de su propia estructura narrativa, rígida hasta decir basta, y en cada capítulo que abordaba la historia del encierro estaba deseando terminarlo cuanto antes.

Palahniuk siempre ha sido un excelente generador de ideas pero un mediocre plasmador de las mismas. Con El club de la lucha como notabilísima excepción, el escritor americano suele perder el norte a la hora de resolver las atractivas historias que plantea; y probablemente Fantasmas sea el ejemplo más sangrante de esta tendencia del escritor americano. La enorme cantidad de personajes provoca que se alternen historias de una altura literaria considerable con otras totalmente mediocres e intrascendentes.

Como en todas sus obras previas, el componente transgresor y el sentido del humor macabro de Palahniuk es evidente, aunque después de seis libros tal vez empieza a ser un tanto predecible y repetitivo. Sin embargo, Fantasmas cuenta con algunos relatos en los que Palahniuk alcanza su intermitente maestría en la plasmación de lo macabro y soez, así como de las pulsiones más decadentes del ser humano medio (occidental). El mejor momento de Fantasmas es el capítulo en el que se nos narra la historia personal de San Destripado, uno de los encerrados. Su título es “Tripas” y lo podéis leer aquí. Es una auténtica gozada macabra.

En suma, una novela ciertamente endeble que en más ocasiones de las deseadas se torna incluso aburrida. Un momento ¿he dicho novela? Definitivamente es mejor tomarse Fantasmas como libro de relatos y saltarse todo lo que forma parte de la trama vertebral para poder disfrutar de los escasos destellos de genio que Palahniuk nos brinda.

sábado, 20 de febrero de 2010

American Psycho y Glamourama, de Bret Easton Ellis

Con American Psycho, Bret Easton Ellis, además de convertirse en una suerte de rockstar de la literatura contemporánea norteamericana, demostró tener un dominio magistral de la escritura esquizofrénica. Impulsada por sus brutales escenas de tortura y por un personaje -Patrick Bateman- que es ya casi un icono, la novela se convirtió en uno de los libros más controvertidos y, por ende, vendidos de 1991.
Efectivamente, el libro se vendió de maravilla, pero aún fue mayor el eco crítico que recibió. A parte de las sesudas reseñas en las secciones literarias de los periódicos, American Psycho se convirtió, en cierto modo, en una obra de culto masivo (casi oxímoron) citada hasta la saciedad entre los jóvenes universitarios de ligeras carreras de humanidades (leáse Periodismo, Comunicación Audiovisual, Sociología, y otras vaguedades por el estilo).

Sin embargo, es fácil quedarse en la imponente superficie de esta novela. La mayoría de los lectores no logran zambullirse de lleno en el mundo de Patrick Bateman, limitándose a adoptar un rol de mirón cómplice de las atrocidades del joven yuppie neoyorkino. Pero Easton Ellis ofrecía mucho más. Su escritura seca y directa es una herramienta utilísima para controlar el caos latente que impregna cada página de la novela. American Psycho es, en fin, mucho más de lo que parece, que ya es bastante. Como decía, Easton Ellis escribe de forma esquizofrénica. Esto es, sus obras están repletas de interrogantes sin respuesta, de situaciones en las que es difícil distinguir la realidad de la alucinación porque tal vez ambas sean lo mismo; todo envuelto en cierta bruma decadente.

Tal fue el éxito de American Psycho que la resaca le duró a Easton Ellis hasta 1998, año en que publicó su siguiente novela: Galmourama.


Si la historia de Patrick Bateman se situaba en la década de los ochenta, Glamourama se traslada a mediados de los noventa, al mundo de las top models y los restaurantes franquiciados, al universo de las celebridades. A través de los ojos de un modelo y manager de un club de moda obsesionado por SU apariencia llamado Victor Ward, nos adentramos en una sátira bruta sobre las apariencias, la belleza y el vacío moral. Pero, de nuevo, esta obra es mucho más que la historia del triunfador y joven Victor Ward. Es en Glamourama donde Easton Ellis alcanza las más altas cotas de su fabulosa esquizofrenia narrativa.
Como si se tratase de un detective privado,Victor Ward es contactado por un misterioso hombre para que encuentre a una ex-novia que parece estar en Londres. En plenos años noventa, Ward decide ir a la capital de Albión en un ¡crucero trasatlántico!, donde las cosas se complican al conocer a un grupo de terroristas que se hacen pasar por modelos (o viceversa). La sensación de dislocación es constante en el lector de Glamourama. Ellis nos deja estupefactos con una trama ciclotímica que hace que la novela parezca volverse loca en ocasiones, si acaso esto fuese posible. En este sentido, no han sido pocos los que han encontrado similitudes entre la novela y la película de Ben Stiller Zoolander, si bien esta última carece del brutal cinismo característico de Ellis.

La novela mantiene el recurso tradicional de Ellis de usar personajes ya existentes de anteriores obras, siendo el ejemplo más claro el propio Victor Ward, a quien conocíamos de la segunda novela de Ellis, Las Reglas del Juego. También regresan Lauren Hynde y Bertrand Ripleis y hay apariciones mínimas, prácticamente cameos, de Sean Bateman y su hermano, el mismísimo Patrick Bateman. No sé si con conocimiento de causa o sin él, Ellis vuelve a regirse por las leyes de la transgresión, en el sentido menos artístico y más real de la palabra. Glamourama se ríe y al mismo tiempo se nutre de la avaricia, el individualismo, la belleza de Fashion Week, la absoluta falta de empatía de sus personajes y, en definitiva, la decadencia bien maquillada y bien vestida.

Las novelas de Ellis, y Glamourama no es una excepción, producen en el lector una extraña mezcla de fascinación y culpabilidad, al sentirse identificado en ocasiones con tipos como Ward o Bateman. De hecho a mi me gustaría irme de copas con ambos. ¿Es esto un problema? Échenles un tiento y me lo dicen.

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Prácticamente todas las novelas de Ellis han sido adaptadas al cine con mayor o menor acierto. Era algo inevitable. Pero probablemente sea esta la escena que mejor condensa el universo literario de Easton Ellis.

martes, 16 de febrero de 2010

El novio del mundo, de Felipe Benítez Reyes

El novio del mundo no es una novela fácil de definir, y por lo tanto esta no será una reseña al uso. Pido disculpas desde el principio si caigo en cursilerías y petulancias.

Un hombre se despierta en Melilla ataviado con un vestido de mujer y junto a una caja de gafas (de sol) graduadas. El hombre no tiene la menor idea de cómo diablos ha llegado hasta allí vestido de esa guisa, puesto que la noche anterior se había acostado en Amsterdam. Ese hombre se llama Walter Arias y es el protagonista de El novio del mundo, novela de Felipe Benítez Reyes publicada en 1998 por Tusquets. En estas circunstancias, Walter decide hacer memoria para intentar desentrañar los interrogantes que le han llevado hasta Melilla. Y cuando decimos que hace memoria, lo decimos en el más estricto sentido: Walter Arias empieza a contarnos la historia de su vida, desde su infancia en Colombia hasta su actual desubicación melillense. En efecto, El novio del mundo es la envidiable biografía de Walter Arias, cuya particular forma de enfrentarse al mundo le lleva a crear su propio código filosófico, walterismo, que esgrimirá para explicar la vida desde su particular y desvergonzado punto de vista.

Benítez Reyes nos presenta a Walter Arias como un compendio de los deseos masculinos, como un hombre rebelde e indomesticado, cuya única y gigantesca debilidad es no ser capaz de resistirse a los dictados de Príapo; catalizador de todas y cada una de sus acciones. Por este mismo motivo, el supervillano de la novela, el antagonista máximo del filósofo Walter Arias, no es sino el mismísimo Sigmund Freud. O más concretamente, la Teoría del Psicoanálisis. Según nuestro protagonista, Freud argumentaba que todos los problemas tienen que ver con una represión sexual en la infancia con el objetivo justificar sus propias frustraciones. Así, la vida de Walter es una manifestación constante en contra de tal teoría: no son las frustraciones las que mandan, sino Príapo, el psicópata, como él lo llama.
La manera de razonar de Arias y sus principios filosóficos son uno de los puntales sobre los que sostiene esta novela de ideas, en la que Benítez Reyes introduce muchas parodias sobre la propia Filosofía.

En otras palabras, El novio del mundo es un manual de instrucciones imaginario de cómo follarse al planeta, de cómo exprimirle el jugo a la vida a costa de la misma, de cómo reírse de la desgracia y de cómo funciona el deseo (Príapo, el psicópata) masculino en busca del amor instantáneo y puro (llámenlo como lo llamen, yo digo que es amor). En este sentido es un libro puramente masculino, que glosa un compendio de verdades que a menudo los hombres nos vemos empujados a reprimir en pos de un mínimo equilibrio vital. Es el retrato de la vida soñada, pero imposible, sólo soportable si eres Walter Arias.

No quiero decir con esto que la novela sólo pueda ser disfrutada por los hombres, en absoluto, pero creo que ciertas reflexiones walteristas sólo pueden ser comprendidos en su totalidad si el que las lee es un hombre.

El estilo narrativo de Benítez Reyes sorprende por su amena complejidad; incisiva y extremadamente irónica. Novela construida a base de frases largas y constantes digresiones, la historia fluye de forma casi natural. La lectura es una gozada y no se hace pesada en ningún momento. También se nota la mano de poeta de Benítez Reyes, que fue Premio Nacional de Poesía en 1996. Sin embargo, yo soy de los que opinan que el autor gaditano es mejor novelista que poeta.

El novio del mundo es, además, la novela que más me ha cautivado en los últimos cinco años y una de las que más me ha hecho reír. No cabe resistirse a sus encantos, es una de las mejores novelas en español de los últimos años.

Por último, no puedo evitar dejarles aquí algunas sentencias de la filosofía Walterista contenida en la novela, que recomiendo como si fuese agua de mayo para cerebros sedientos:

"En fin, para la buena marcha del mundo (disculpen la digresión, pero es que está en juego nada menos que el mundo), las teorías de la relatividad y de la división traumática de los cromosomas, por ejemplo, resultan menos decisivas que la teoría sexual que tengamos cada uno de nosotros -nosotros, ese ejército de erotómanos individualistas que ululamos en mitad de la noche con distinto timbre y por distintas razones y estímulos-. No te quepa duda: si no dispones de una sólida teoría sexual, apenas serás un excursionista domingueros en el bosque de las tinieblas carnales, uno de esos seres que se conforman con pamplinas filosóficas y que proclaman con un tímido encogimiento de hombros cosas como: "A mí, bueno, no sé, me gustan las rubias", "El matrimonio tiene sus ventajas y sus inconvenientes" o "El amor es más importante que el sexo". (Horribles, ¿no?, como apotegmas.) El dueño de una verdadera teoría sexual es el que puede decir, sin que le tiemble la voz, que no permite que las afroditas pandémicas se quiten los zapatos de tacón en la cama así que llamen al FBI; el que puede decir que no tolera que las afroditas uranias, cuando ya han perdido su aura de hadas insaciables de la noche, se queden a desayunar y a llenarte la bañera de pelos (y el horror, sobre todo, de ver esos sinuosos seres nocturnos a la luz del día: pálidos, crudos); el que puede decir que no está dispuesto a tolerar que una afrodita lunática, por el simple hecho de tener unas glándulas mamarias del tamaño de dos zeppelines, te haga pagar más de una cena como requisito para hacerte compañía en el festín antropofágico. En eso consiste el hecho de tener una teoría sexual; en hacer un arte de tus manías y en obligar a la maniática realidad a someterse a las leyes maníacas de tu arte. -A la realidad y a quien se le ocurra andar por allí sobre dos tacones de aguja".


"Los tipos que te intentan joder seriamente la vida contituyen un 10% de la población mundial, punto más o punto menos. Ese porcentaje engloba al dictador sanguinario que ya de niño electrocutaba ranas y ratones, al heroinómano que te asalta en el Callejón de las Incertidumbres, sosteniendo con hechuras de aprendiz de esgrima una jeringuilla infectada de virus sujetos a mutaciones; al vecino que necesita relajarse espiritualmente a las tres de la madrugada oyendo a toda mecha a algún divo de la música country, al niño que te señala con dedo acusatorio cuando fumas, furtivo, en un vagón de no fumadores y que de mayor se hará confidente de la pasma a cambio de un café o de un poco de heroína. Ese 10% engloba a la antigua novia que te llama por teléfono para informarte de que con su nuevo hombre de neardental ha descubierto el verdadero amor: el lado loco y caníbal del sexo que tú no supiste revelarle. Ese porcentaje acoge al camarero que te mira con desprecio de ruso blanco cuando se te cae la copa en el restaurante de las langostas mitológicas y de los vinos visigóticos... En un 10% cabe mucha gente".

viernes, 12 de febrero de 2010

El nombre del viento, de Patrick Rothfuss

A base de batallas que cambiarán el destino, elfos albinos, enanos mugrientos y jóvenes hechiceros, el subgénero de la fantasía épica ha conseguido hacerse un considerable hueco en el mercado literario actual. De hecho suele tener su propia sección en las librerías y grandes superficies culturales (cosa que no sé si es peor que mejor). Sin embargo, la mayoría de lectores ajenos este hermético reducto literario suelen despreciar a la mayoría de obras por reiterativas, previsibles e innecesariamente largas. En parte no les falta razón, pues últimamente proliferan libros escritos por preadolescentes y jóvenes talentos que destacan por su absoluta falta de calidad (aunque no de éxito, y si no que se lo digan a Christopher Paolini). En fin, no cabe duda de que se trata de un nicho con un público muy específico y fiel que permite la rentabilidad del cotarro fantásitco.

De vez en cuando, empero, aparece alguna obra que logra trascender las fronteras de las estanterías de Fantasía para convertirse en un auténtico fenómeno de masas. El caso arquetípico es el de El Señor de los Anillos, pero los ejemplos son numerosos: la saga de Canción de Hielo y Fuego, de George R.R. Martin; Los Libros de Terramar, de Ursula K. Leguin; el Mundodisco de Terry Pratchett o, como ejemplo más reciente, el éxito de 2009: El nombre del viento, de Patrick Rothfuss; primera parte de -cómo no- una trilogía.

Pero el éxito no ha sido casual. La primera novela de Rothfuss ha contado con el apoyo de una más que notable campaña de marketing. No debemos obviar que el libro está editado en España por Plaza & Janés, parte del conglomerado de RHM, el primer grupo editorial a nivel mundial. ¿Qué cual fue el resultado? Pues muchos blogs especializados ensalzando la maestría y originalidad de la obra, revistas especializadas haciendo ídem y varios ejemplares del libro situados durante meses en la zona más visible de las librerías y fnacs varias, etc. En definitiva, El nombre del viento se nos vendía como aire fresco dentro del anquilosado e infantilizado panorama de la fantasía épica.
El hecho que definitivamente me convenció para leer este libro fue ver en el metro a una respetable señora de unos cincuenta y tantos años leyendo el libro con cara de WTF. Les ha funcionado de maravilla la campaña, pensé.

El nombre del viento es la autobiografía del legendario Kvothe, que ha optado por desaparecer de la circulación y regentar una tranquila posada en un recóndito pueblo. Sin embargo, su historia le pesa demasiado como para no acceder a contársela a un personaje llamado el Cronista, cuando este le descubre. De este modo, El nombre del viento corresponde al primer día de narración de Kvothe, que se centra en la infancia y juventud del protagonista y en su paso por una Universidad en la que le enseñarán magia (en el libro se le llama simpatía).

La originalidad de la novela consiste, básicamente, en su impureza. Sin dejar de ser una historia de fantasía épica mezcla elementos fabulosos de diferente procedencia. Podría decirse que es una suerte de Harry Potter adulto con la personalidad de un listillo sabelotodo e imbécil perdido en una Alta Edad Media mitológica.
Sí, lo reconozco, el protagonista se me hizo antipático casi desde la primera página. Resulta de una gazmoñería enervante y las relaciones que entabla a lo largo de la historia son más propias de un suburbio de clase media norteamericano que de un mundo supuestamente fantástico y repleto de misterios y peligros. La novela se podría haber llamado perfectamente Movida en la Universidad de Magos Adolescentes (Wizard High School Party) y no habría pasado absolutamente nada. En fin, Rothfuss escribe de manera competente y la lectura es ágil, sin embargo yo terminé el libro más por inercia que por interés. Me importa bien poco el destino de Kvothe y su pandilla.

Supongo que la fantasía épica deberá seguir esperando para dar con una obra madura que le sirva de revulsivo. O tal vez no. Tal vez sea yo el que tiene el problema y deba dejar de leerla definitivamente. Tal vez la cuestión es que me hago viejo.

jueves, 11 de febrero de 2010

Los Mundos de Aldebarán, de Leo.

Con un trazo puramente europeo, el brasileño Luiz Eduardo de Oliveira, AKA “Leo”, ha pergeñado una de las mejores obras de ciencia ficción del cómic contemporáneo. Los Mundos de Aldebarán se llama el artefacto y consta de tres partes: Aldebarán, Betelgeuse y Antares.

Esta magnífica trilogía narra las vicisitudes de un grupo de personajes que forman parte de las primeras colonias humanas interestelares, situadas en los planetas que dan nombre a cada una de las tres partes de la obra. A medida que la acción avanza nos iremos dando cuenta de que existe una relación entre los tres planetas y un misterioso animal llamado La Mantriz.

El dibujo realista y de líneas claras, deudor de la mejor escuela francesa de los 70 y 80, muestra una casi enfermiza vocación del autor por la verosimilitud biológica y medioambiental de los lejanos mundos colonizados. Leo se saca de la chistera un bestiario colorido y sorprendente, un enorme catálogo de animales oriundos que, junto con una cuidadísima representación geográfica de cada planeta, se convierten en los instrumentos perfectos para convencernos de que realmente lo que estamos leyendo ha pasado. O pasará. Es como leer las memorias de una astrobiólogo hechas tebeo, una gozada.

Animalillos en su hábitat natural

Pero además de ser un gran logro estético, Los Mundos de Aldebarán narran una absorbente historia épica con personajes excelentemente construidos, impulsados por las más básicas pulsiones humanas: sexo, egoísmo, ira, etc. Leo consigue que empatizemos con ellos a un nivel poco común. Es una historia desprovista de héroes y plagada de personas, por decirlo de algún modo. Hay que destacar que también se hace mucho hincapié en las pulsiones sexuales de los personajes, de un modo que recuerda la filosofía hippie del amor libre. En otras palabras: el sexo y la coyunda son una parte importante del desarrollo de la historia.


Tocar mamella también mola en el futuro

Todo encaja de tal forma que Los Mundos de Aldebarán entra en esa categoría de obras que logran que el lector se abstraiga totalmente. Una vez leída la primera página no se puede parar hasta el final.

Háganse con esta pequeña joya, pues merece mucho más eco del que ha tenido hasta ahora.

En cuanto a la edición que Planeta ha realizado de la obra no cabe decir nada malo. Siguiendo la política de publicar integrales con historias completas ha editado la trilogía al ajustado precio de 20€ cada volumen.

lunes, 8 de febrero de 2010

Providence, de Juan Francisco Ferré.

Siendo ajeno e ignorante de lo que se cuece en el panorama literario español contemporáneo, supe de Juan Francisco Ferré hace tan sólo unos meses, cuando su libro Providence fue finalista del último Premio Herralde de Novela. La avalancha de reseñas y críticas favorables que la novela suscitó (todas glosadas en el blog del propio autor) suscitaron un interés que no suelo tener por la literatura hispana de hoy (mea culpa).

Domingo Ródenas, en el suplemento iCult de El Periódico de Catalunya señalaba que la novela de Ferré “es una obra tensa de ambición literaria genuina, impulsada con vigor por varios afanes encomiables de los que sobresalen dos: poner en cuestión ciertos aspectos del actual mundo globalizado y proponer una forma de novela acorde con la complejidad inabarcable de ese mundo y, desde luego, muy alejada de la panoplia de los realismos convencionales”. En las páginas de El País, Juan Goytisolo apuntaba que Providence “es una novela ideal para quienes conciben la lectura como una incursión en lo desconocido” y añade que “el autor de Providence ha escogido con valentía el texto literario frente al éxito fácil y visibilidad mediática del producto editorial” Por su parte, Juan Antonio Masoliver, del suplemento Cultura/s de La Vanguardia, loaba la obra en los siguientes términos: “Providence es una novela sumamente compleja y ambiciosa, dentro de la línea catastrófica o apocalíptica, surgida de la tecnología y del terrorismo en todos sus niveles, tan frecuentada por la nueva novela española. Controlada por su autor hasta su más mínimo detalle, dudo que pueda esperarse lo mismo del lector, en un momento en que este tipo de narrativa heterodoxa, paródica, destructiva y exigente camina por una senda mucho más espinosa que la de los cada día más celebrados best-sellers”. Podría poner muchos más ejemplos en esta línea, pero creo que ya queda claro que la nueva novela de Ferré ha sido un triunfo crítico en toda regla. Toda esta unanimidad debe contener algo de verdad, me dije, y, qué diantres, después de leer tanto parabién no pude resistirme y me hice con el libro (19’95€).

Providence es la historia de Álex Franco, un joven cineasta español cuyo primer largometraje ha sido estrenado en el festival de Cannes con éxito moderado y disparidad crítica, que recibe el encargo de terminar y filmar un guión llamado Providence, que comparte nombre con un videojuego de funestas consecuencias para sus usuarios. Al mismo tiempo, Franco es contratado como profesor de cine en la Universidad de Providence, Massachusets, lugar de nacimiento de H. P. Lovecraft.

Providence, Providence, Providence y más Providence. La palabra se repite hasta la náusea en el libro.

Confieso que he sido incapaz de descubrir un ápice de esa ambición literaria genuina, esa complejidad estructural, esa narrativa heterodoxa de las que hablaban los críticos. Supongo que se trata de mi, pero en Providence sólo me he encontrado con una sucesión de ideas (vagas) cuyo nexo de unión a mi se me escapa por completo, tal vez por esa supuesta complejidad. También me he encontrado con un estilo narrativo plúmbeo y con una enorme pretensión por trascender en cada párrafo. En definitiva, me he topado con un autor más preocupado en glosar todas sus ocurrencias a modo de grand collage que por enhebrarlas coherentemente e incluso, por qué no, desechar las más chirriantes (que las hay).

No diré que Providence es una mala novela. A tenor de lo que dice de ella la crítica profesional está plagada de aciertos y se inscribe en la más trillada posmodernidad (ya salió la palabra, lo lamento), pero yo me he llevado una tremenda decepción con ella. No soy contrario a la experimentación, todo lo contrario, pero sí a lo improcedente, lo gratuito y lo vanidoso. Y Providence no me ha parecido más que un enorme y gratuito masaje al vanidoso ego de su autor.

Aunque es muy probable que ande errado y haya metido mis manazas en algo que no alcanzo a comprender. Quién sabe.