jueves, 29 de abril de 2010

Hyperion, de Dan Simmons


Yo creo que si Dan Simmons no tuviese un nombre tan de escritor de poca monta, tan de manufacturador de bestsellers entendidos como la lectura de los imbéciles, bestsellers de esos que escriben gente como Dan Brown (ahí va otro Dan); creo que si, efectivamente, Dan Simmons tuviese la ocurrencia de poner su nombre completo en la carátula de sus libros, muchos estúpidos se darían cuenta de cuán gran escritor es.
En realidad no sé cual es su nombre completo real, pero imaginemos que ese Dan es un diminutivo de “Daniel”, y como buen norteamericano también tiene un middle name, por ejemplo “Walter”. Así pues en lugar de un libro escrito por Dan Simmons tendríamos libros escritos por Daniel Walter Simmons.

Mucha más enjundia, donde va a parar.

Pero resulta que no, que Dan Simmons sigue publicando con un triste nombre monosilábico.

Pero donde las dan, las toman, vaya que sí.

Descubrir a Dan Simmons fue una de las mejores cosas que me ocurrieron en 2002. Y tuve la suerte de hacerlo con su obra magna, una cumbre de la ciencia ficción llamada Hyperion.
Y ya que he cogido carrerilla de tópicos con eso de la “cumbre”, me lanzo y digo que Hyperion trasciende el género por su calidad, por su imaginación, por su sencilla complejidad (¿oxímoron?) y porque es una gozada de verbo ad verbum (¡latinismo!).

La novela nos cuenta cómo siete personajes de lo más variopinto se encuentran en una nave-árbol surcando el espacio sideral en dirección al planeta Hyperion, sin saber muy bien la razón por la que están ahí, ni cuál es su misión final. Deciden entonces que la mejor manera de llegar a alguna conclusión es mediante la narración de las historias personales de cada uno de ellos. De este modo, se dan cuenta de que todos están más o menos relacionados con un extraño ser conocido como el Alcaudón que vive en las Tumbas del Tiempo, una misteriosa construcción situada en dicho planeta.

Con esta excusa, Simmons compone esta grandiosa novela al modo de los Cuentos de Canterbury, siendo cada una de las historias personales un relato completamente autónomo. Simmons consigue así darnos una visión total de una humanidad que, tras la muerte de la Tierra, se ha expandido por el universo, conformando la poderosísima Hegemonía de la Humanidad, que controla con mano de hierro una red de cientos de planetas colonizados.

Simmons crea un futuro imposible pero verosímil hasta el tuétano. Un futuro en el que, a pesar de que la supervivencia del ser humano depende de una Inteligencia Artificial omnímoda y todopoderosa que ha alcanzado la autoconsciencia, la religión sigue teniendo un poder análogo al de esa IA.

Con un estilo eficaz y alejado de florituras, Simmons saca el máximo partido a una serie de ideas magníficas, convirtiendo Hyperion en un tour de force (¡galicismo!) genial que logra trascender las más o menos rígidas pautas del género.

lunes, 19 de abril de 2010

La Saga de Geralt de Rivia, El último deseo, de Andrejz Sapkowski.

Mi anterior intento de reconciliación con el género de la fantasía heroica fue un rotundo fracaso. Lo achaqué tanto a la calidad (escasa) de aquella novela, como a mi propia senectud como lector. Tal vez, me dije, la épica ya no me conmueve como lo hacía cuando tenía 15 o 16 años. Quizá es cosa mía y ya no me emociono con grandes batallas y magos en proceso de aprendizaje, cosas de la edad y de una imaginación menos disparatada.
Y acerté a medias.

Y digo a medias porque una vez leído El último deseo, primer volumen de la Saga de Geralt de Rivia, del escritor polaco Andrzej Sapkowski, me he dado cuenta que no es necesaria la épica meliflua ni las grandes batallas para vibrar con la fantasía. Cada página de este excelente libro es cálidamente próxima al lector, repleta de personajes que casi se pueden tocar. Se percibe el amor de Sapkowski por ellos en cada diálogo, en cada descripción, y especialmente por el complejo protagnista Geralt.
El último deseo no es, empero, una novela, sino una sucesión de relatos más o menos interconectados en los que se nos presentan los quehaceres de Geralt de Rivia, brujo que se dedica a cazar a los monstruos que rondan en derredor de los pueblos y villorrios a cambio de unas cuantas monedas. Es Geralt un personaje tremendo y profundo; humanamente imperfecto y resignado a ser uno de los últimos de su oficio, que se está perdiendo precisamente por la eficacia de sus miembros: a más monstruos muertos, menos monstruos que matar... hasta convertirse en un recuerdo y, por tanto, en un mito.
Geralt acepta el destino de su profesión como el mecanógrafo tuvo que aceptar la llegada de los ordenadores: sin grandes tragedias. Así es la vida, se dice, y continúa hacia adelante. Todo lo contrario al exagerado lirismo de otras obras del género, en El último deseo la extinción (de razas, de oficios, de una forma de concebir el mundo) se acepta como inexorable y, además, natural.
Los relatos de este primer volumen hunden sus raíces en famosos cuentos populares como Blancanieves, La bella y la bestia, La cenicienta o Caperucita Roja, solo que Sapkowski los pasa por la batidora que tiene alojada en esa cabeza polaca y convierte a Blancanieves en una ex-princesa sedienta de venganza, a Bella en una especie de vampiro de colmillos retorcidos y a La cenicienta en un caballero con cara de erizo.
No cabe duda que Sapkowski es un escritor en las antípodas de los fanboys norteamericanos que de un tiempo a esta parte se nos han puesto a publicar horrendas novelas de fantasía y terror. De hecho, Sapkowski es un escritor de verdad, con tinta en las venas e historias que contar a mansalva. El último deseo es una excelente forma de reconciliarse con un género demasiado autocomplaciente y repetitivo, un afortunado ejemplo de cómo la buena literatura no se basa exclusivamente en lo que cuenta sino en cómo lo cuenta; pero sobre todo es el inicio de una saga que exige a los lectores un mínimo de complicidad e inteligencia, cosa que lamentablemente no abunda demasiado por estos lares de espada y brujería, tal y como los monstruos en el mundo de Geralt.

La Saga de Geralt de Rivia consta de los siguientes volúmenes publicados en España por Bibliópolis, a falta del octavo y último:

-El último deseo
-La espada del destino
-La sangre de los elfos
-Tiempo de odio
-Bautismo de fuego
-La Torre de la Golondrina
-Camino sin retorno
-La Dama del Lago.

viernes, 16 de abril de 2010

Lanzarote, de Michel Houellebecq

Desde el éxito que supuso su primera novela, Ampliación del campo de batalla (qué bello título), el escritor francés Michel Houellebecq se hizo con uno de los cetros de poder de la más fuliginosa posmodernidad. En aquella novela Houellebecq se reveló como un observador derrotado por la feroz contemporaneidad, donde el hombre -los hombres- no tienen más opción que seguir adelante acumulando frustraciones, fracasos y resignación. Ni siquiera el sexo juega el papel de refugio y catalizador mínimamente liberador que luego tendría en sus obras posteriores.

Tras la confirmación de éxito que significó su segunda novela (Las Partículas Elementales) Houellebecq publicó Lanzarote, un modesto artefacto que apenas sobrepasa las cien páginas y en el que el sexo, como en Las Partículas, se aparece como un desahogo efímero en la aplastada vida de los protagonistas de la brevísima obra.

El paisaje volcánico y árido de Lanzarote se convierte para Houellebecq en el marco físico y mental perfecto para presentar un fin de siglo sin salidas, en el que la única opción es la huída hacia delante a la vorágine ya irrefrenable del sistema. Y como placebo ante tan funesto destino solo queda follar durante tu paquete vacacional.

Es la isla canaria el destino de las vacaciones de un hombre roto, burgués y cuarentón, que decide visitarla, precisamente, por ser lo opuesto al concepto de isla turística, caribeña. Lanzarote, llena de tierra negra volcánica, y cuya única vegetación es una sucesión de cactus olvidados, se convierte en un premonitorio escenario en el que el protagonista se deja llevar sin brújula alguna. Así, la novela nos muestra su periplo vacacional, acompañado de una pareja de lesbianas alemanas (abiertas al threesome with cock) y un policía Belga en franca decadencia sentimental y sexual. Lanzarote, la novela, funciona como una suerte de preludio de lo que luego sería La posibilidad de una isla (otro bonito título, ¿no?), su última obra publicada hasta la fecha.

Tal vez por su brevedad, Lanzarote ha sido considerada como una obra menor del francés, sin embargo su código literario está ahí, bien presente, provisto de ciertos lugares comunes al autor que, personalmente, no me canso de visitar.
Como escritor, Houellebecq es un insolvente fascinante, y quizás ese sea su mayor encanto. Su prosa puede resultar fragmentaria y con lagunas estilísticas de cierta consideración (abuso de frases cortas, por ejemplo), pero son insignificancias ante el talento abrumador del francés como observador cruel y preciso del sistema que hemos escogido; y como representante de una literatura rabiosamente vinculada al hombre contemporáneo, a sus escarceos con la (auto)condenación tecno y fisiológica y, finalmente, a su incapacidad para arreglar las cosas.

Como novelista de la contemporaneidad brutal a capite ad calcem, Houellebecq más que escribir, saca mierda a golpes de pala. Y Lanzarote es otro perfecto ejemplo de ello.

lunes, 12 de abril de 2010

Disco volante de Mr.Bungle



Hablar de Mr.Bungle, implica necesariamente hablar de vanguardia. Si somos someros entenderíamos por vanguardía al arte que se sitúa a la zaga de la modernidad. Si fuéramos prácticos diríamos que es todo aquello que es raruno. Si nos metemos en harina podemos echar la tarde.

Para empezar hay vanguardias que llaman a la rebelión del consumidor. Si nos circunscribimos a la música, Merzbow, John Cage o Sunn O))) serían ejemplos de vanguardias de bad taste. El placer estético que recibe uno al acercarse a estas obras es, dígamoslo suavemente, casi nulo en lo visceral y de moderado a sublime según nuestro grado de erudición-pedantería. Es esa vanguardia que consigue que el oyente diga: ¿pero esto es arte o es más bien un mojonaco?

Otra vanguardia sería la que se ocupa de rellenar nichos de mercado, y que a diferencia de la anterior no es ni sincera. Me imagino la siguiente escena: artista de mediocre talento pero de enorme melomanía que quiere meter la cabeza sea como sea. Y reflexiona. ¿Que no se ha hecho hasta ahora? ¿Tenemos doom metal con ritmos hawaianos? ¿Se han grabado los sonidos de un parto y se han remezclado con cantos esquimales simbolizando así la pureza del nacimiento? En el caso de que la respuesta sea negativa no cabe mayor reflexión.

Por último está la vanguardia que aúna sinceridad y humanidad, creando obras únicas y escuchables. Disco volante de Mr.Bungle es en su mayor parte así. Y eso que al amigo Patton le hemos visto tontear con todas las vanguardias, una suerte de Zappa moderno, al que le puede el amor a la investigación por encima de todo.

En este disco va usted a encontrar grind, metal, jazz, pop y un batiburrillo de sonidos playeros, terroríficos, retros, cirquense y todo lo que a uno le pueda venir a la cabeza. Todo interpretado con un virtuosismo sensato y loco a la vez, y con las riendas vocales de Patton apretadas, esta vez, en su justa medida.

Recomendar canciones de una obra tan ecléctica es imposible, si acaso la recomendación sea: sáltense las partes del menú no digeribles ya que casi seguro que las habrá. A no ser que sea usted un pervertido de esos.

A mí este disco me mola más que todo Faith no more junto fíjense lo que les digo.

viernes, 9 de abril de 2010

Fluyan mis lágrimas, dijo el policía; de Philip K Dick

La novela nos presenta un mundo distópico, en el que los estudiantes están en pie de guerra contra el estado policial, las universidades se han convertido en campos de reclusión y los negros, tras ser esterilizados masivamente en la Segunda Guerra Civil Americana se han convertido en seres tan escasos y exóticos que es delito el importunarles lo más mínimo. Philip K Dick nos cuenta la historia de Jason Taverner: Cantante y presentador de éxito, de vida disoluta, bien relacionado y millonario que despierta un día en un barrio marginal sin nada más que lo puesto y sin nadie que pueda identificarle, lo que le lleva a intentar huir del aparato gubernamental y construir una nueva identidad.

En esta novela se empiezan a vislumbrar los principios de esquizofrenia del autor, siendo muchas veces imposible distinguir la realidad de la ficción o los mundos reales de los creados por la mente humana. Por desgracia, este principio de esquizofrenia lleva también a encontrar más de una laguna en el guión y más de una situación inexplicable. Como también es habitual en Philip K. Dick, las drogas son omnipresentes, y no sólo en su función recreativa o terapéutica, y acaban siendo uno de los ejes de la novela.
La construcción de los personajes, a pesar de la constante irrealidad, es sólida y nos permiten identificarnos y localizar las motivaciones de cada uno a pesar del contexto constantemente mutante. Así, Jason Taverner no deja en ningún momento de ser un personaje arrogante y en ocasiones contumaz, sacando a relucir más de lo que sería deseable su condición de Six (humano genéticamente modificado para ser más listo, fuerte y guapo que el resto) que comparte con la también altiva, desdeñosa y exitosa Heather Hart.
Durante toda la historia la fama parece ser casi un personaje más, pues es la fama la que hace de Jason Taverner y Heather Hart lo que son: personajes fatuos y soberbios; es el deseo de ella el que ataca a Taverner al acabar su programa de televisión, y son el absoluto anonimato (incluso para el estado) y la necesidad de recuperar la notoriedad los que mueven las acciones del protagonista durante toda la narración.
Uno de los elementos que diferencian esta obra de Dick de otras obras suyas es la ausencia o patetismo (depende de cómo se mire) de ese personaje casi omnipotente que siempre aparece en primer o segundo plano, como el Glimmug de Galactic Pot-Healer, el frolikano de Nuestros Amigos de Frolik 8, Emmanuel y Palas de La Invasión Divina o The Form Destroyer y la Trinidad en A Maze of Death. Aquí ese personaje semejante a un dios es, a ojos del resto de personajes y del lector, un ser: mortal, imperfecto y mentalmente débil, caótico e incluso despreciable.
A día de hoy es difícil encontrar en papel la edición en español, que pueden descargar de aquí .

jueves, 8 de abril de 2010

El Japón Heróico y Galante, de Enrique Gómez Carrillo

Tras la guerra ruso-japonesa de 1905, impactado el mundo ante el triunfo aplastante de Cipango, varios diarios españoles mandaron allí de corresponsal a Enrique Gómez Carrillo: discípulo de Rubén Darío, futuro embajador de Guatemala en Francia y esposo de la que luego fue mujer de Saint-Exupéry. Unos años después de su vuelta como corresponsal, publicó El Japón Heroico y Galante con las notas que tomó en aquella estancia y que no fueron publicadas en su Viaje al Oriente.

El Japón Heroico y Galante es como un mapa antiguo, de aquellos que se decoraban con las leyendas sobre determinados lugares y junto a las montañas y relieves dibujaban cocodrilos, tribus armadas y animales extraños; solo que aquí Gómez Carrillo decora la realidad con ficciones, e imbuye a muchos de los ciudadanos anónimos de los que habla del espíritu de épicas de samurais que, en aquel momento estaban siendo promocionadas desde el gobierno para inflamar el sentimiento patriótico. En cierto modo, esta visión que combina los mitos, leyendas y cuentos popularespopulares (y que, repito, el gobierno trataba de hacer pasar casi por verdades en aquel momento) con la realidad nos ayuda a entender por qué durante la II Guerra Mundial, cuando la defensa estadounidense encargó a Ruth Benedict el estudio sobre la mentalidad japonesa que acabaría siendo plasmado en El Crisantemo y la Espada se sorprendían por cosas como esta:
Durante la campaña en el norte de Birmania, la proporción de prisioneros [japoneses] con respecto a los muertos fue de 142 a 17166; es decir, de 1 a 120. Y de los 142 soldados que se encontraban en los campos de prisioneros, todos, excepto una pequeña minoría, se hallaban heridos o inconscientes cuando fueron apresados (…) En los ejércitos de las naciones occidentales, es un hecho reconocido que las unidades no pueden resistir a la muerte de la cuarta o la tercera parte de sus efectivos sin rendirse. La proporción entre los que se entregan y los muertos es de cuatro a uno.
Tras leer El Japón Heroico y Galante podemos intuir qué llevó a ese extremo: extrañas interpretaciones de códigos de caballería (Bushido), reconstrucciones mitológicas y cargadas de épica de hechos históricos, el movimiento oficial del Fukoku Kyōhei (que cuando Gómez Carrillo pisó Japón aún estaba mutando, al ser rescatadas de la tumba interpretaciones más modernistas del Sonnō Jōi) aunque ciertamente con un estilo más literario y menos científico que el de los análisis de Benedict.
Pero Enrique Gómez Carrillo no se queda sólo en el relato de los mitos populares y de la historia corrupta, del análisis de la prosa y sobre todo de la poesía nipona, del arte y las prácticas religiosas: Relata también el sufrimiento y la miseria de los barrios pobres de Tokio, donde cientos de personas malvivían hacinadas con unas monedas al día, y donde muchos de ellos vivían en unas condiciones indignas incluso de la primera etapa de industrialización europea. Ilustra también, cosa no demasiado frecuente en aquella época, la situación de sumisión de la mujer, sobre todo de la mujer casada y de la extraña mezcla de veneración y desprecio hacia las prostitutas. Este último punto está muy bien ilustrado, ya que también cuenta la contratación y encuentro carnal con una de ellas.
Gómez Carrillo: Sombrero y Bigotón
El Japón Heroico y Galante está escrito en una prosa muy distinta de la prosa periodística actual y de los abortos literarios y gramáticos que cometen los reporteros y enviados especiales a que estamos acostumbrados. No se contenta con usar puntos y comas como los malos periodistas, si no que usa términos que a día de hoy le costarían el despido y baneo destierro de más de un país democrático: llama amarillos a los japoneses y a los asiáticos en general, dice que los japoneses de clases altas descienden a buen seguro de tribus de origen ruso porque sus mujeres son más bellas que las campesinas y usa determinados términos que hoy día harían llorar a más de un redactor jefe. A pesar del lenguaje (hoy) epatador, de sus formas literarias extrañas, de sus imprecisiones y su romanización de oído, la obra de Enrique Gómez Carrillo nos da una aproximación verosímil de qué ideas motivaban las acciones tanto del día a día como a nivel estratégico del país y cómo se acababa plasmando todo ello en la vida cotidiana.

miércoles, 7 de abril de 2010

El Gen Egoísta, de Richard Dawkins

Reseñar un libro de Dawkins de manera más o menos objetiva es una tarea delicada por las filias y fobias extremas que levanta en determinados colectivos. El Gen Egoísta es, a pesar de todo, un libro a medio camino entre la divulgación objetiva, el proselitismo de la teoría homónima y el autobombo, pues continuas son las notas a pie de página con sonoros ¡os lo dije! Escrito en los años 70, se le añadieron un par de capítulos en posteriores ediciones, uno de los cuales no es sino un prólogo de otra obra de Dawkins (que recomienda por dos veces que compremos para no quedarnos a medias con la explicación)
A pesar de esto que digo, estamos ante un libro que nos da una visión distinta de la Teoría de la Evolución: Cambia el enfoque desde el grupo o el individuo como entidades que intentan perpetuarse al de los genes (o grupos de ellos) como seres “inmortales” (ya que, según Dawkins, poseen la capacidad de autoreplicarse ad-infinitum si los cuerpos en los que viajan consiguen reproducirse y ninguna mutación los modifica en el proceso) Todo el libro original, a excepción del capítulo dedicado a los memes, trata sobre cómo es este condicionamiento genético el que determina casi totalmente el comportamiento de los seres vivos no conscientes, poniendo ejemplos de cómo funciona dicho mecanismo donde a priori esta idea parecería contraintuitiva. Por ejemplo, con esta visión genetista de la evolución, nos intenta mostrar el fundamento teórico de los conflictos y relaciones que surgen no sólo entre especies o individuos de la misma especie, si no entre sexos, entre padres e hijos o entre hermanos. En los dos últimos capítulos, añadidos diez años después de la primera edición, nos habla también de Teoría de Juegos (sobre todo sobre variaciones del Dilema del Prisionero) y de cómo los genes cambian no sólo al individuo sino su entorno. Por ejemplo, de cómo el ARN de la rabia modifica el comportamiento de los animales infectados por ella para favorecer así su propagación haciendo al animal más agresivo y haciéndole babear.
Una de las mayores críticas que se hacen al respecto es que, dicen, Dawkins humaniza a los genes diciendo que son ellos los que deciden el comportamiento de manera consciente. En más de una ocasión, sin embargo, Dawkins habla del proceso totalmente aleatorio de estas mutaciones y de que los genes aportan sólo una base como si de un programa informático se tratase, pero que ha de operarse después en función de los insumos de información que llegan del exterior. Queda claro si uno intenta reproducir en voz alta la idea que subyace en cualquiera de los ejemplos, que se trata de un recurso literario para quitar redundancias que aparecerían al usar un lenguaje más preciso (El gen mutado codifica X proteína que al interactuar con Y y Z produce la reacción X’ bajo las condiciones A, B y C es sustituido por un más simple El gen produce la reacción X’)
El capítulo dedicado a los memes ha pasado ya al acervo cultural de internet (si es que tal cosa existe). Según la definición de Dawkins, un meme es una idea que tiene la capacidad de hacernos difundirla, como la idea de la divinidad, la democracia o incluso determinadas canciones. En el texto, pero sobre todo en las notas al pie de página, que son en ocasiones adendas y en otras correcciones, y que ocupan más de una decena de hojas, Dawkins nos muestra la cara a la que últimamente nos ha acostumbrado más que a la de divulgador: a la de ferviente prosélito y difusor del ateísmo. En estas notas a pie de página acaba, incluso, haciendo un conato de defensa de una ética atea.
El libro está escrito de manera bastante amena y sencilla (a veces incluso demasiado), y todo lo expuesto está ilustrado con ejemplos y con alguna simulación numérica que Dawkins se niega a desarrollar en detalle, lo que no le quita valor pedagógico. A cualquier persona con nociones de Teoría de Juegos y/o que recuerde la biología de 3º de la ESO (1º de BUP) le resultará muy fácil comprender los conceptos y las cadenas lógicas desde el principio.