jueves, 5 de marzo de 2015

Frozen, de Jennifer Lee y Chris Buck


Frozen es una película con valores. Esto podría parecer una obviedad siendo una película de Disney, pero comparar los valores de esta película con, por ejemplo, El Rey León es como comparar la obra de Cecilia Giménez Zueco con la del tío que dirige la obra de la Sagrada Familia. Me sorprendería bastante poco descubrir que esta reescritura y mejora del cuento cristiano y nacionalista danés La reina de las nieves ha salido de un coworking de los mejores intelectuales letizios.

Hay gente que se quejará de que la película no es sino un videoclip bastante aburrido. Habrá quien diga que, de tan sosa que quedaba y de tan poca mercadotecnia que iban a vender con la película, acabó con 3 alivios cómicos (reno, hombre de nieve y los ya obligatorios ewoks sin componente dramático o peso en la historia, en este caso llamados minions trolls). Habrá incluso quien diga que los personajes son superficiales y la historia no tiene ni pies ni cabeza (¿Por qué lleva un cargamento de decenas de miles de mantas la delegación diplomática del país de los señores del sur vestidos de prusianos?¿Por qué a Elsa no le cuesta un cagarro congelar un fiordo pero se desgañita para empujar a un señor de 90kg?), pero esa gente es evidente que no tiene ni idea. 

Frozen nos presenta, por fin, una verdadera justificación de la monarquía. La mayoría de historias, sean o no de Disney, nos presentan la monarquía como algo establecido, una de esas verdades autoevidentes de las que te hablan en el instituto y de las que por ahora sólo me he encontrado una en la vida: Aguanto en un trabajo de mierda porque necesito el dinero. En el rey león se nos presenta a Simba como hijo del rey y por tanto necesariamente rey. Algo similar aunque más acertado pasa con Ariel (la sirenita), ya que es la hija de un señor con un objeto ceremonial que tira rayos. Una primera explicación de lo necesario para ser reina se encuentra en la Cenicienta, donde un príncipe se encapricha de una presentadora de televisión y decide adoptarla como concubina y otorgarle un sueldo público a cambio de follar con él con fines reproductivos. No, espera, me he liado. Bueno, da igual. 
En Frozen se produce un salto cualitativo: tenemos una monarca absoluta con poderes sobrenaturales que evidentemente la convierten en un ser por encima del común de los mortales, como Magneto. No sólo puede crear fortalezas en Marte y cambiar su aspecto físico para hacerse más atractiva sexualmente sino que tiene un poder casi ilimitado: puede crear vida, argumento que justificaba vía cosechas fecundas las primeras monarquías, pero también puede reducir la temperatura de los sistemas que la rodean para contener su entropía, justo el argumento que dio el filósofo y ciudadano Luis Cuñaricano para defender las monarquías modernas. Encontramos, pues, en Frozen, una justificación de la monarquía que conjuga la modernidad con tradiciones que precedena la Historia.

No se queda ahí la cosa, claro. Uno de los dos príncipes de la película, el Príncipe Emprendedor, es un personaje que se fue de niño a provincias (movilidad interna, bonus de +1/+1 a cualquier carta emprendedora) para ser criado por una Familia No Equivocada™: unos chamanes bajitos con muy buenas relaciones con la casa real (bonus: roba X cartas, si no son las que quieres déjalas donde quieras del mazo y vuelve a robar X cartas. Puedes usar este efecto tantas veces quieras) y no sólo encontró un trabajo sino que, a pesar de no estar muy bien remunerado, le permite hacer el networking adecuado. Para poner la coa en situación, el príncipe emprendedor tiene una PYME de venta de hielo a todas luces no demasiado rentable. Un buen día, y gracias a la relación que traba con la infanta Ana en un resort suizo, ayuda a la reina con los problemas de salud de la primera –con la inestimable colaboración de su Familia No Equivocada™. Esto le vale para que, a pesar de que al final de la película su negocio queda obsoleto gracias a la gélida magnificencia de los poderes reales, se le permita mudarse a la capital se le otorgue BOE mediante una subvención y el monopolio sobre el mercado del hielo. 


Emprendedor rubio y empresario de BOE en mediático romance con la infanta/princesa.
No recuerdo ya si al príncipe emprendedor también le dan la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo (así, todo en mayúsculas) como hicieron con ese honrado y legítimo hombre de negocios conocido como Máximo Cuñado. Un hombre que también hizo negocios en la periferia del imperio (en Irak, en concreto, a través de Cunado (sic) Internacional) y que gracias a su valía, sus favores y su networking ha sido reconocido como merece.

En caso de que hiciesen Frozen II, estaría bien que continuasen con la historia del Príncipe Emprendedor emulando esta vez a la ciudadana Elisa Moqueta de la Nuez. Podría empezar la película como carguito en RED.ES (perdón, RED.FRO) y al dejar libre el sillón empezase a ganar contratos a través de su empresa iClaves S.L. con el ente público para el que trabajaba mientras desde un blog de Gente Ilustre e Ilustrada™ se dedica a explicarnos qué es la meritocracia y a dar premios desde sus fundaciones.

Volviendo a los valores eternos de Frozen, el más inmediatamente reconocible como Valor en mayúsculas es el juancarlismo. Un grupo de origen extranjero –del sur, probablemente griegos vestidos de prusiano- comienza a verter críticas sobre la reina para intentar sabotear sus legítimos derechos dinásticos: no se contentan con decir que el poder que le confiere el gen X para detener las fuerzas entrópicas –atacando y socavando los principios de la anarquía termodinámica- es una maldición sin aportar ni datos, ni gráficas, ni regresiones ni nada; pretenden que el hecho de que la reina haya matado a su hermana la inhabilite para reinar ¿Habrase visto semejante estupidez? Esos extranjeros, seguramente masones, carlistas o judíos, traen consigo -además de comida y mantas para ayudar a la población que está muriendo por culpa de los poderes desatados de la reina- ideas totalmente descabelladas. Menos mal que al final el sentido común prevalece. 
Se podría hablar de más cosas, como de la transversalidad de los valores usados en esta película, como anteponer la familia y la redención del nombre de la familia a los intereses propios que tan buena acogida de taquilla y merchandising le han dado tanto en Asia como en entornos cristianos al maquillarlos con excelentes campañas de márketing. También se podría hablar de cómo la reina al final lo es porque logra cambiar la opinión de sus súbditos -la centralidad del tablero político- en vez de hacer el ridículo defendiendo lo indefendible al intentar encontrar dicho centro, pero eso ya es otra historia.

En definitiva, una maravilla de visionado obligatorio en toda clase de filosofía y ética, y de revisionado obligatorio si se ha de estudiar la Transición.

Fuente

Ficha Técnica:
Título: Frozen
Año: 2013
Director: Prefiero no saberlo
Sinopsis: Documental sobre la España contemporánea que disecciona de manera concienzuda y sistemática la idiosincrasia nacional a través de las historias ficticias de la reina por un lado y de su hermana y el (los) amante(s) de esta por el otro.
Nota para profes de instituto: También puede servir para discutir sobre feminismo junto con otros clásicos del cine feminista como Buffy the Vampire Layer o Weapons of Ass Destruction.

jueves, 12 de febrero de 2015

Cincuenta Sombras de Grey, de E. L. James


Bueno, al lío. La palabra que más se repite en la novela (al menos en la versión editada en castellano por Grijalbo) es "¡Uau!" El uso indiscriminado de esta interjección dice mucho de la calidad del objeto. En efecto, se trata del peor trozo de mierda que he tenido la desgracia de leer. Señores y vasallos. Mujeres niñas que necesitan ser rescatadas y hombres muy hombres domesticados por el amor romántico. Opciones sexuales que se salen de la norma tratadas como un Erasmus (divertido paréntesis juvenil que recordar con una sonrisa cuando seamos viejos normales) o peor aún, como una enfermedad que sólo puede curar la virtud de una doncella. Todo contado como un cotilleo del instituto. Melissa Panarello con dieciocho años escribió la mucho más adulta y espeluznante "Los Cien Golpes", que deja a este engendro de E.L. James, escrito a los cuarentaytantos, como el subproducto de una adolescente semianalfabeta y micromachista. Que haya tenido tanto éxito no dice nada bueno de nuestro sistema educativo. Hasta Corín Tellado se estará retorciendo en su tumba.



Muy recomendable para los sadomasoquistas amantes de la vergüenza ajena.

lunes, 17 de marzo de 2014

Manual de limpieza del monje budista, de Keisuke Matsumoto


En España y en gran parte del mundo occidental, la religión es un bien de consumo. En EEUU, donde estas cosas las llevan al extremo, además de una variedad enorme de religiones al por mayor y a gusto del consumidor hay iglesias “drive in”, como las del McDonalds. En Ede y Wangeningen, en los Países Bajos, pude contar más de 10 “cultos” distintos y un palacio de deportes de y para testigos de Jehová. Es importante para las religiones modernas tener un servicio potente de relaciones públicas y crear una imagen, real o no, de espiritualidad y trascendencia. Incluso opinadores tolosabo y torturianos como Luis Cuñaricano se apuntan al neoascetismo, que hay que vender y vender trascendencia.

Y es aquí donde aparece Keisuke Matsumoto, uno más de esa hornada de monjes, curas, párrocos diáconos… con MBA a vendernos la espiritualidad cotidiana. Uno se compra su libro y descubre en el ascetismo y en fregar los platos una forma de limpiar su alma y sentirse mejor consigo mismo. Y no es por quitarle mérito, que el mercado está competido y hace mucho frío ahí fuera, pero el budismo la verdad es que se presta bastante a eso. Los cristianos llevan ya unas décadas insistiendo en el “Dios está en todas partes”, “Dios está en los actos de cada día” y demás milongas, pero en ese sentido el budismo les lleva años de ventaja y tiene mucho más arsenal a su disposición para ofrecer una experiencia religiosa de todo a cien, de tirar la monedita, pedir un deseo, ducharte con agua fresquita en verano y limpiar tu karma. El tao es un estado de lamente y el celebro, y eso.

Y la verdad es que de eso va el libro. De eso y de limpiar. Durante 170 páginas y con unos dibujos muy cuquis nos explican cómo limpiar el polvo, cómo fregar los platos, cómo hacer caca y limpiar el váter y lo que ayuda a tu karma y a tu energía interior el llevar un orden a la hora de hacer las cosas. Ponte 2 días por semana para limpiar X parte de la casa, córtate el pelo los días 17 de cada mes, etc. La rutina te ayudará a desligarte de pensamientos materiales como el dinero, que mejor si lo dedicas a comprar este libro. Que al fin y al cabo es lo que quieren todos los autores, claro. Eso sí, algo me dice que si el libro en vez de escribirlo un monje budista con MBA lo escribe Josefa García, esa señora que limpia la escalera y a la que te limitas a saludar por la mañana, no lo compraban ni sus hijos y, desde luego, no lo traducían a seis millones de formas de comunicación.

En su descargo, eso sí, como los capítulos temáticos son cortos y sencillitos y los dibujos amenizan bastante, es un libro ideal para leer mientras se caga.



Ficha técnica.
Autor: Keisuke Matsumoto, M.B.A.
Páginas: 172
Portada: Un naranja muy cuqui como el del budismo theravada,
pero me pareció ver que el tipo es mahayana.
Sinopsis: Hay que buscar la espiritualidad tras los gestos rutinarios
de la señora de la limpieza, pero para eso necesitas a un señor rapado
que te lo explique.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina

Imagina que llegas a casa tras un duro día de trabajo como [respuesta múltiple: becario/precario/falso autónomo/currito sin contrato/creativo freelance/otras] y al abrir la puerta te da una bofetada el tufo a cigarro puro. Hay un par de colillas de purito tirada en la entrada. Un señor con pantuflas, pijama de franela a cuadros y una copa de balón con un gintónic te mira condescendiente a través de unas gafas de concha. Antes de que puedas decir nada, el hombre te está regañando, insistiendo en que no tienes ni puta idea de nada. Él es un tío humilde, no como tú, y ha desayunado con Felipe González y almorzado con Garzón en Niuyork y tú no. Él sabe lo que es luchar por sus derechos y por salir adelante en la vida a pesar de las trabas que le ha puesto el sistema y de no haber tenido nunca la posibilidad de ascender de administrativo de un ayuntamiento a director de instituto, no como tú que lo tienes todo hecho. Él sabe que todo va mal porque te creíste rico y comías chorizo de marca en vez de pasta hervida con queso del más barato como único sustento. Se acaba el gintónic de un trago, te da dos collejas condescendientes y se va de tu casa repitiendo una y otra vez “no tienes ni puta idea, yo sí”.
 
Ese hombre, claro, es Antonio Muñoz Molina, y esa situación es una de tantas que puede venir a tu mente cada vez que pases una página de su JRAN OVRA del pensamiento universal: Todo lo que era sólido.

Yo nunca había leído nada de Muñoz Molina antes, así que como dicen en La Página Definitiva de su mujer, suponía que tenía que ser un genio. Un superdotado de las letras ¡Si es hasta académico, compartiendo tal honor con Luis María Ansón o Juan Luís Cebrían! Hasta que, claro, conminado por un improvisado grupo de lectura al mando de Nayermaster y acompañado por el camarada Kanciller, tuve que respirar hondo y dejarme maravillar. Ya la entradilla del libro es una oda a la modestia y la sensibilidad, pues la entradilla reza que nos encontraremos con “Un ensayo directo y apasionado, una reflexión narrativa y testimonial, al más puro estilo de los ensayos de George Orwell o de Virginia Woolf” Ya en esa es la primera frase del libro, que quiero creer que en un arranque de sinceridad y modestia haya escrito el propio autor, ya hacía que una lagrimilla se me resbalase por la mejilla. “Antonio Muñoz Molina escribe esgrimiendo razón y respeto, sin eludir verdades por amargas que esas sean, porque saber es el único camino para cambiar las cosas” “Una invitación a un debate imprescindible

Muñoz Molina haciendo la revolución (fuente)
 

Y esto sólo es el párrafo de la solapa. Escalofríos en previsión del gozo me recorrían de pies a cabeza.
Nada más entrar en farina, llega la primera sorpresa: Esto está escrito en plural mayestático. En plural mayestático y pretérito perfecto. Todo ha pasado ya, circulen y no hay nada que ver. En el segundo párrafo ya apunta maneras con una cuñalada clásica de barra de bar: “El lenguaje de los economistas, que se ven a sí mismos como científicos” Tras esto me lo imagino diciendo por primera, pero no por última vez “no tenéis ni puta idea”. Esa misma idea la repetirá más veces, como por ejemplo en el capítulo 8, que empieza con un “No eran expertos en economía sino en brujería

El segundo capítulo empieza explicando el por qué del plural mayestático: “Es el ahora mismo cuando suceden las cosas y es uno mismo y no otro quien las experimenta. Y la primera persona del plural es muy conflictiva en España. El nuestro es un nosotros fraccionado que nunca abarca la extensión completa de la ciudadanía legal y que suele definirse a golpes de tajante negación” Supongo que eso es una explicación, vaya. Tras esto, se pone a decir que en España somos cainitas y nos odiamos mucho, y que aunque éramos ricos también nos odiábamos más. Supongo que tras eso escribió el guión para un par de anuncios de Campofrío. Una vez ha dejado claro que en España nos odiamos mucho, empieza el siguiente capítulo –pues si una cosa buena tiene el libro es que los capítulos tienen la longitud ideal para poder leer uno o dos mientras se caga- entrando en farina: Nos la hemos pegado porque en España nos mola demasiado hablar de la guerra civil. Y eso tiene mucho que ver con lo que ahora pasa en España. O no, qué más da, él ha venido aquí a hablar de su otro libro sobre la guerra civil. Eso sí, como él es un tío neutral y ve que si se escora demasiado a un lado a lo mejor le quitan la mamandurria los del otro, escribe con su pluma equidistaní de contemporizar. Así, en el mismo capítulo 3 (y esto tiene más de 100 capítulos), equipara las acusaciones de que el PSOE colaborase con ETA para provocar los atentados del 11M con el asesinato de García Lorca.

“La derecha y sus portavoces voluntarios o asalariados aseguraban que el gobierno socialista manipulaba a los jueces y a la policía y utilizaba a los servicios secretos para atribuir los atentados del 11 de marzo de 2004 a una célula islamista y proteger a los verdaderos autores, los terroristas de ETA, aliados con los socialistas en una conspiración para robar las elecciones a sus ganadores legítimos; para la izquierda, en el PP estaban agazapados los mismos que habían matado en 1936 a Federico García Lorca” 
Algo tan lúcido sólo puede escribirse con el sombrero de pensar puesto.

Una de las cosas buenas del libro es que nos vamos a encontrar con cambios de tema sin motivo aparente de un capítulo a otro, así que en vez de un relato coherente nos encontramos con un señor que mientras se bebe un solisombra en la barra del bar y mordisquea un palillo nos cuenta anécdotas incoherentes en un perfecto plural mayestático y es más difícil aburrirse mortalmente. Por ejemplo, el cuarto capítulo empieza con otra perla digna del duty free de un aeropuerto del golfo pérsico sin relación con lo anterior: “Algo que cuesta recordar de ese pasado de hace tan poco tiempo es la obsesión que había en él por el pasado. Ahora nos damos cuenta de que había una especie de velo que impedía ver la realidad inmediata y presente

Muñoz Molina haciendo la revolución en la boda del Príncipe
Fuente: Elpais.com

Al parecer, hasta 2007, no había nadie en toda España que viviese al día y el término mileurista, ahora utópico, se inventó para describir lo que costaban los paquetes de puros habanos que todo el mundo compraba al menos una vez cada quince días para celebrar o llorar guerras del pasado. Claro que en todo el libro no se nombran ni las ETTs ni el mileurismo, porque en ese momento a nadie le preocupaban ni esas cosas ni el no poder comprar o alquilar una choza medio decente, la media de edad al independizarse del hogar familiar no era de las más altas del planeta Tierra y parte de la vía láctea y los contratos laborales o la ausencia de los mismos no era lo habitual. La actividad predilecta de los españoles antes de la crisis era jugar al backgammon mientras charlaban sobre Schopenhauer y el asesinato de Lorca y, sobre todo, danzar alrededor de hogueras para que cayesen euros del cielo como maná. Él mismo lo dice en el mismo párrafo “El dinero que llega no se sabe bien de dónde y se multiplica sin aparente esfuerzo y está disponible para ser gastado sin límite y por más que se gaste nunca se acaba, produce el efecto euforizante de la cocaína” Recuerdo bien aquella época, me construí un lanzapatatas pero lo usaba para lanzar pelotillas hechas con billetes de 50 desde el balcón. Ah, los viejos tiempos en los que trabajaba de camarero sin contrato me rascaba el ombligo y en vez de pelusilla me brotaba miel. No, esperad, esa es otra historia y este no es el mejor sitio para contarla.

El libro continúa con anécdotas de su modesta y sensible vida en Nueva York: cómo vivió la caída de Lehman Brothers que estaba justito ahí al lado de donde él tenía la boca del metro para ir a trabajar, de cómo conoció a Enrique Bañuelos (el concept manager y entepreneur que creó Astroc, sinónimo de hostiazo empresarial, el mismo que propuso hacer el Cataloniavegas) y de cómo supo que ese hombre no llegaría a nada porque tenía menos clase que él y el muy palurdo quiso hacer una paella en Niuyork; nos cuenta cómo se entrevistó con un “chileno, y muy católico” que “se complacía con cierta lentitud, propia de quien lleva sobre los hombros responsabilidades muy graves” para mendigarle pasta y se regodea de que su empresa (Merrill Lynch) quebrase y de no entender el valor del dinero “el directivo de Merrill Lynch al mismo tiempo desplegaba ante mí la evidencia de su poder hablando de millones de dólares y eludía un compromiso que no le habría costado más que unas decenas de miles, calderilla” y, muy importante, cuenta cómo en esa reunión le entraron ganas de mear. Supongo que eso pretendía ser un alivio cómico o el único momento autoparódico voluntario del libro, que de autoparodia involuntaria va bien servido. Cuenta más tarde su encuentro con ZP. Él ya sabía que ese hombre no era trigo limpio, pero si te dan un puesto de mamandurria pues te callas y punto. Resulta fascinante cómo intenta dar una visión de presciencia con frases como “las columnas pintadas de color crema de los salones de la Moncloa perdían gran parte de su efecto cuando se comprobaba al tacto que estaban tan huecas como columnas de un decorado”, “en la omnipresencia de Miró debía de haber algo como una declaración de principios” (no sé, ¿Qué a ZP le gustaba Miró?), “El café con leche estaba tibio y era mediocre. Intercambiábamos las vaguedades propias de esa clase de encuentros” Os recordaré lo que ponía en la entradilla del libro: “Un ensayo directo y apasionado, una reflexión narrativa y testimonial, al más puro estilo de los ensayos de George Orwell o de Virginia Woolf”. “El café con leche estaba tibio y era mediocre. Intercambiábamos las vaguedades propias de esa clase de encuentros”.

Hablando de las elecciones de 2008, aquellas en las que las burlas y quejas a Zapatero por no atreverse a decir la palabra crisis eran constantes, el hombre dice que “Donde aún no pasaba nada era en España. Ni cuando empezaron a quebrar bancos en EEUU, ni cuando Islandia y luego Irlanda pasaron de la riqueza a la bancarrota. Ahora cuesta aceptar que sólo hayan transcurrido cuatro años desde 2008, cuando Rodríguez Zapatero ganó por segunda vez y sin mucho esfuerzo las elecciones generales” Que yo recuerde, en 2008 ya empezábamos a tener un paro preocupante, mucha gente empezaba a estar cabreada, el PSOE no ganó precisamente “sin esfuerzo” y si ganó fue porque enfrente tenían a un PP que seguía insistiendo en que, entre otras cosas, el 11M fue cosa de una conspiración progretarra pagada con el oro de Moscú.

Otro de los ejes del libro es el de La Casta Política© chupando del bote. Casta a la que él, claro, no pertenece, porque él sólo es un humilde administrativo del ayuntamiento de Úbeda que soñaba con ser profesor de instituto y se tuvo que conformar con puestos a dedo en sitios tan duros como Nueva York y cobrando una miseria, o eso dice. Claro, como no aprobaron lo de la carrera profesional para pasar de un cuerpo general en un ayuntamiento a un cuerpo especial en una comunidad autónoma para un puesto que requiere capacidades totalmente distintas, el pobre hombre ha tenido que aceptar puestos como la u minúscula, premios a dedo de ministerios y agencias varias o ser el jefazo del Instituto Cervantes de Niu Yoooork. Lo que se dice un mártir, vaya. Él mismo cuenta tan desgarradora experiencia traumática con la carrera profesional del funcionariado

Ha pasado tanto tiempo que nadie recordará ya que en los programas electorales de entonces una de las promesas que solía hacerse era la de algo llamado “la carrera administrativa”: un funcionario no tendría por qué quedarse toda la vida anclado en el mismo puesto, sin más expectativa de mejora que la lenta acumulación de trienios. Si cumplía eficazmente, si continuaba formándose, si adquiría nuevas capacidades, podría ascender y mejorar su sueldo mediante pruebas de competencia objetivas.
 Durante unos cuantos años yo mismo viví con esa ilusión. En 1982 gané una oposición a auxiliar administrativo [en el ayuntamiento de Úbeda]. El trabajo que yo habría querido era el de profesor de instituto, pero se trataba de una aspiración estadísticamente inalcanzable: cada año salían a oposición no más de unas decenas de plazas para mi especialidad de Historia del Arte, y se presentaban millares de candidatos”. 

Es decir, el hombre lo que quería era meterse a administrativo porque la oposición a profe es muy dura, y que por arte de birlibirloque le reconozcan su valía y le asciendan a capitán general del ejército de tierra. O algo, no sé. Pero la culpa, claro, es de los políticos, porque, por ejemplo, “había dinero para que alcaldes y concejales tuvieran sueldos que no habían existido nunca”, “Eran tantos que ya no cabían en los viejos edificios, de modo que había que comprar o alquilar otros nuevos, y que inventar nuevos organismos y nuevos nombres y siglas mucho más complicadas.” A veces resulta enternecedor, la verdad, como cuando dice “Pero mejores remuneraciones con mucha menos exposición pública empezaron a recibir los gerentes y directivos de las empresas o agencias que a partir de 1983 o 1984 se multiplicaban ya por la periferia de las administraciones” pero ni se le pasa por la cabeza incluir al Instituto Cervantes en esa categoría. Porque no es una agencia en la periferia de las administraciones, con cargos elegidos a dedo, con poco control y sueldos respetables. No. El ejemplo que se le viene a la cabeza, claro es “el de los canales autóctonos (sic) de televisión destinados con plena desvergüenza y despilfarro sin límite a la propaganda sectaria y a la exaltación de la más baja vulgaridad transmutada en orgullo colectivo”. O mejor todavía, el ejemplo de un camarada administrativo: “He visto a un administrativo entrar de concejal en 1979 y sin haber adquirido ninguna cualificación aparte de la maniobra política llegar diez o doce años después a presidente de una de esas cajas de ahorros que nos han llevado a la quiebra” Una frase que, cambiándola un poco, nos daría algo tal que “He visto a un administrativo conocer a las personas adecuadas desde 1979 y sin haber adquirido ninguna cualificación aparte de la maniobra política llegar diez o doce años después a director de esos Institutos Cervantes que desperdiciaban el dinero en saraos para los ya conversos”

Un hombre del pueblo (fuente)

De hecho, a veces parece añorar otros tiempos más simples, con ONVRES de verdad y con autoridad. “Habría sido necesario construir una nueva legalidad democrática: lo que hicieron fue sustituir la antigua por la potestad de ejercer incontroladamente el albedrío político”. Porque ya sabemos que con Franco el albedrío del trepa de turno no influía para nada, ni conocer a un capitán de la Guardia Civil, ni tener conexiones en el ministerio. En aquella época España estaba bañada en la cálida luz de la meritocracia nórdica.

Como añadido, la democracia también destruyó el sistema cultural y basado en el talento, la inversión privada y el esfuerzo que con tesón levantó el franquismo. En palabras de Manolito Gafotas, antaño encargado de cultura de de Úbeda y organizador de saraos en el Instituto Cervantes: “Las actuaciones musicales que en otra época organizaban empresarios particulares con la digna intención de obtener un margen de beneficio ahora la programaban (…) los ayuntamientos. (…) El efecto inmediato fue doble: sin la cautela de la inversión privada y el cálculo de riesgos, el precio (…de los…) espectáculos se multiplicó exponencialmente. (…) Ningún empresario podía competir ya con instituciones públicas que pagaban cualquier precio que les solicitaran y que además no cobraban entradas.” Porque claro, no se han escrito decenas de artículos sobre la burbuja de los festivales en España, la mayoría organizados por promotores privados.

Por otra parte, la acerada pluma de Molina encuentra otro gran estamento beneficiado por la crisis: Los músicos que van en furgoneta de pueblo en pueblo tocando en las fiestas patronales, que han vivido claramente por encima de sus posibilidades (y supongo que deberían de haber ido en mula) “De un año a otro cuadruplicaban o quintiplicaban sus cachés, y además no tenían que preocuparse de la incertidumbre de llenar o no llenar un recinto de feria o una plaza de toros (...) en España durante muchos años nadie (sic) parece haberse preguntado de dónde salía el dinero que gastaban tan a manos llenas las instituciones” El latrocinio perpetrado por esos músicos de la Orquesta Maestra cantando A quién le importa con dos botellines entre los pies a las 4 de la mañana mientras el pueblo entero se convulsiona a ritmo de calimocho a cambio de 500 euros para toda la tropa ha sido escandaloso. Infame. Menos mal que George Orwell Manolito Gafotas está aquí para denunciarlo.

El libro continúa y continúa, cargando contra esos nacionalismos periféricos que quieren llevárselo todo para ellos pero sin responsabilidades y se regodean en sus lenguas marginales, contra la inexistencia de la carrera profesional de los funcionarios, contra la casta chupóptera a la que él no pertenece, contra la plácida y pacífica transición que salió mal por culpa de los políticos con lo fácil que habría sido todo hacer las cosas bien, contra la guerra civil, la inexistencia de la carrera profesional de los funcionarios, contra los jóvenes que no saben y no han corrido delante de los grises aunque lo que hace su hijo de acampar en Sol es cojonudo, contra la inexistencia de la carrera profesional de los funcionarios, contra el haber vivido por encima de nuestras posibilidades, contra los nacionalistas periféricos que promocionaban cosas en Nueva York, los nuevos estatutos de autonomía… ya se sabe. Todas esas cosas. Ni una mención, claro, a que en 2005 el 90% de los jóvenes entre 16 y 35 años tenía un contrato temporal y el 53% de los parados tenía menos de 35 años, a la precariedad, al trabajo temporal, a sistemas institucionales viciados… No, el problema, entre otras cosas, es que la gente se quejaba porque “si siente que le falta algo la razón está clara: es que se lo han quitado los opresores, España, o esa entidad tentacular y mesetaria a la que llaman Madrid

Como comentario estilístico al libro, me limitaré a hacer dos citas largas de dos capítulos distintos:

"Leyendo el New Yorker o el New York Times descubrí una escritura en la que la precisión expresiva era el equivalente del respeto estricto por los hechos, de la necesidad de comprobar al máximo la veracidad de cada cosa que se decía.

Me acordaba de algo que había leído en Ortega y Gasset y que en su momento me había impresionado: “o se hace literatura o se hace precisión o se calla uno”. En aquellas soledades lectoras de Charlottesville me di cuenta por primera vez de que aquella disyuntiva era falsa. Podía hacerse literatura haciendo precisión. Había formas de literatura en las cuales la precisión era el valor máximo(…) Sólo ahora empezaba a intuir la posibilidad de una escritura mucho más seca, sin las ondulaciones que facilita tanto la sintaxis del español, una escritura afilada y no complacida en sí misma, que podría servir para comprender el mundo, no para llenarlo de bruma, que podría fijarse en las cosas para aclararlas como aquellas lentes de los primeros microscopios y telescopios que empezaron a ser pulidas en Ámsterdam en el siglo XVII. Hacer el esfuerzo, como dice Orwell, de ver con claridad lo que tiene uno delante de los ojos, in front of one’s nose” 
Si esos ornatos innecesarios del final no son autoparódicos, cosa que no descarto, haré otra cita de su relato de la Exposición Universal de Sevilla de 1992:

“Vi la Expo del 92 el día de su clausura. Era la primera vez que mi novia y yo viajábamos en el tren de alta velocidad. Íbamos a Sevilla porque me habían invitado a formar parte del consejo asesor del Instituto Cervantes, que acababa de fundarse (un nombramiento que carecía de remuneración, pero también de sustancia). ME compré unos zapatos negros y una corbata. El AVE iba lleno de autoridades, de políticos y de diplomáticos latinoamericanos. Al bajar de la habitación del hotel para la comida nos separaron sin miramiento a mi novia y a mí porque según los funcionarios de protocolo que pastoreaban en el vestíbulo a los invitados los caballeros y las señoras tenían que ir por caminos distintos [¿os habéis dormido ya?¿no? Vale, sigo] En la sesión del patronato, alrededor de una mesa enorme presidida por el Rey (sic), académicos y dignatarios latinoamericanos en fases diversas de decrepitud tomaron la palabra agotadoramente para cantar las excelencias del español.
El relato del evento sigue entre pompa, boato y artificios estéticos durante unas cuantas páginas más. No tengo nada más que añadir en el capítulo estético, señoría.

Como dice el propio u minúscula, la receta para salir de esta está clara “Llamar al pan, pan y al vino, vino. No tener miedo de defraudar o de irritar a los que reclaman de nosotros la confirmación de sus prejuicios. Cancelar la indulgencia española hacia la vaguedad biensonante. Comprobar lo hechos. Examinar los actos.” Y él mismo da un ejemplo de cómo se han hecho las cosas con miopía, con palabras altisonantes, con prejuicios y sesgos de confirmación y buscando no irritar a quien te va a dar un premio a dedo: Todo lo que era sólido.


Ficha técnica:
Título: Todo lo que era sólido.
Autor: Tu cuñao el concejal.
Género: Ensayo autoparódico involuntario.
Páginas: No las he contado pero se me ha hecho eterno.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Resurrección

Este bloj retomará su actividad habitual (léase esporádica) en cuestión de pocos días.

Estén atentos a sus pantallas.


domingo, 3 de marzo de 2013

La Brèche, de Cristophe Lambert







En el año 2060 la telebasura ha llegado a su máximo esplendor y es una cuestión de estado. El desarrollo por parte del gobierno estadounidense de la máquina del tiempo acaba derivando en un programa de telerrealidad. En él, reporteros tan incompetentes como los de España Directo viajan al pasado para cubrir eventos como el suicidio de Marilin Monroe, entrevistando alcachofa en mano y en mitad de la noche a su psiquiatra. Pero como poco a poco el interés por la cosa decae, tienen la brillante idea de mandar a un equipo de reporteros a cubrir el desembarco de Normandía. Claro que ahí no pueden enviar a idiotas como los de “Las Mañanas de Villaberzas”, así que acaban enviando a un tipo duro, el equivalente futurista del Pérez Reverte corresponsal de guerra. Para que no la cague demasiado con el asunto histórico, junto a Pérez Reverte acaban enviando a un historiador demente de los que se dedica a disfrazarse de General Custer para hacer recreaciones históricas y se queja de que los malditos burócratas de Washington no le permitan utilizar fuego real en sus performances.


Con esas premisas no podía salir nada malo si lo que uno busca es entretenimiento, a no ser que el autor escriba rematadamente mal, y desde luego no es el caso. Claro que esto tampoco es Mi Tio Goriot ni nada parecido, pero nadie lo pretende. Christophe Lambert es, salvando las distancias, un Stephen King francófono, un artesano de la literatura más que un artista. Además, como sus libros son la mitad de gordos que los de King, saca el doble al año. También supongo que con un mercado potencial mucho más pequeño necesitas más volumen para tener unas ventas que le permitan comer, claro. En la humilde opinión de alguien que no tiene el francés como lengua materna, Lambert saca adelante la historia de manera bastante solvente y fácil de leer.

Al poco de llegar a Normandía, los dos periodistas se dan cuenta de que las cosas no van según lo previsto, y cuando menos se lo esperan… bueno, sólo hay que ver la portada del libro. Efectivamente: Robots gigantes nazis. A partir de ahí todo es delirio, explosiones, elucubraciones y acción. Y la verdad, entre tanto fuego artificial acaba importando un rábano que dos futuros distintos convivan a la vez mientras se desarrolla un pasado común (el gato no está ni muerto ni vivo hasta que abres la caja, supongo que pensó Lambert) o que la tecnología militar del régimen nazi del año 2060 sea idéntica a la tecnología de ese mismo año en nuestra realidad temporal. Y lo dicho, da exactamente igual porque aquí hemos venido a leer algo que rebose molonidad durante un rato y pasárnoslo bien, el equivalente escrito y en francés a ver una peli de La Jungla de Cristal o de Rambo.

Una historia de periodismo comprometido, con Pérez Reverte y su amigo historiador al final haciendo más de John Matrix que de informadores imparciales y demostrando al mundo que por más que los nazis tengan robots gigantes, sus pelotas son más duras que el adamantio y que pueden con eso y con más.

Aquí hemos venido a ver robots gigantes y cosas explotar. De hecho yo compré el libro porque en la portada sale un robot gigante. Y desde luego no me decepcionó: salen robots. Si alguien quiere hacer como que lee Nana en versión original en rústica mientras sorbe un café aguado en el Starbucks y deja que todo el mundo admire su sapiencia mientras echa miradas furtivas al MacBook Air que tiene sobre la mesa, pues genial, pero este no es esa clase de libro; esto es para leer metido en el Alsa o en un vuelo eterno de Ryanair para que el mal trago se pase rápido, sin dolor y entretenido. Y vive Dios que lo consigue.

Ah, y salen robots. Gigantes y nazis, para más señas.

domingo, 24 de febrero de 2013

Ami, el niño de las estrellas; de Enrique Barrios.

Amy, la niña de la farlopa


Basura. Esa cosa es basura. No me atrevo ni a llamar a ese petardo infumable libro, como mucho concedo llamarlo “Árboles muertos desperdiciados”. Claro que eso me pasa por no saber suficiente ufología y por tener curiosidad por la literatura infantil. Y mi pecado de ignorancia, desde luego, ha tenido su justa penitencia multiplicada por un número de no menos de siete cifras positivas y mayores que cero en sistema hexadecimal.


¡Ay! Iluso de mí creía que encontraría ciencia ficción para críos, y sólo me topé con magufería histérica de la peor. Y ojo, no digo que las historias delirantes seas mala, ni critico que una novela pueda asumir que la homeopatía otorgue superpoderes como premisa para desarrollar la historia. Al fin y al cabo eso son la ciencia ficción y la fantasía: crear historias partiendo de premisas irreales, del ¿Y si…?. El problema es que aquí no hay de eso, en Ami, el cretino estelar lo que hay es un tarado intentando hacer proselitismo de chorradas que cientos de sectas han intentado endilgar a trisonómicos, gente con depresión y sin autoestima. Pero lo peor no es ése proselitismo barato empotrado a martillazos en una prosa ortopédica y una historia inane, es intentar hacer proselitismo disfrazando la cosa de literatura infantil.


Básicamente el engendro va de un niño que tiene un “encuentro en la tercera fase” con un alien que también parece un crío, un crío con hidrocefalia para más señas, y le empieza a contar a su nuevo amiguito Homo Sapiens Sapiens que se avecina la Era de Acuario, que hay gente santa que es mejor que él y que hay sistemas que te permiten saber tu nivel de santidad en base a cuán abierta tengas la mente a gilipolleces new age varias. Después mete al pobre chaval en la nave y le suelta discursos varios que van lavándole poco a poco el cerebro y llenándoselo de excrementos metafísicos infumables sobre lo que está bien y lo que no, sobre lo poco que saben los adultos que no llevan togas de colorines y sobre la necesidad de hacer caso a todo vendehúmos que llame a su puerta intentando captarle para una secta, porque sus padres no saben nada y si les cuenta que le ha dado todo su dinero a un curandero probablemente se enfadarán sin motivo. La traca final de semejante despropósito viene cuando el marciano insidioso pasea con su ovni al niño primero por el planeta Tierra, dejándole ver que hay mucha pobreza pero también pobres felices que mueren entre retortijones agoniosos provocados por gusanos en el estómago (eso no lo dicen, pero me da igual) y son más santos que él. Después decide pasearlo por otros planetas “más avanzados” donde la gente es más rubia y no necesita ni comer porque hace la fotosíntesis y tienen nivel védico que sólo un par de chamanes, Buda, Jesucristo y el herborista de tu barrio han alcanzado en la tierra. Es más, hay otros que son seres de luz, que saben todo lo que hay que saber, pero que a esos no se les puede ver porque son mejores y hay que darles todo tu dinero respetarlos y venerarlos porque son lo más parecido al Dios de los cristianos que existe.

Al final el crío se supone que vuelve feliz a casa, pero yo creo que cualquier niño normal tras tantas toneladas de caca mental se suicidará de la forma más dolorosa que su tierna cabecita infantil pudiere encontrar.

Esta reseña básicamente la he hecho para intentar evitar que semejante bazofia pueda caer en manos de algún lector despistado o, peor, en manos de un padre confiado que no sepa la gran hez que le están vendiendo como libro infantil y torture a su hijo con semejante cagarro, haciendo que pierda por siempre la afición por la lectura. Preferiría mil veces que mi hipotética descendencia recitase de memoria fragmentos de Crepúsculo, la verdad. Esta plasta debería estar en la lista negra para padres que no quieran que sus hijos les odien por siempre o se dediquen los días de luna llena a limpiar y pulir piedras brillantes que le compraron a precio de diamantes a un tipo descalzo vestido sólo con una túnica de cáñamo los.

Tras esta bosta y Babylon Babies, he decidido seguir los consejos de @nayermaster y si un libro no me gusta dejarlo a mitad, algo que hasta hace poco me parecía poco menos que sacrílego.