lunes, 8 de marzo de 2010

Playa de acero, de John Varley

Playa de Acero ha sido la primera novela que he leído de John Varley y probablemente también será la única y la última. Tres en una, qué maravilla. La trilogía del ladrillo, la llamaré. Juro sobre la calavera de Isaac Asimov que intenté de veras que me gustase, intenté meterme en su mundo, aceptar sus reglas y dejarme llevar por su propuesta; pero no hubo manera, oigan.

La acción de Playa de Acero se sitúa ante un atractivo telón de fondo al que Varley no le presta mayor importancia: Los humanos han sido expulsados de la Tierra por una raza extraterrestre invasora y ahora sobreviven en colonias alrededor de la galaxia. Una de las más importantes se sitúa en la Luna, donde seremos testigos de la historia de Hildy Johnson, redactor de El pezón de la noticia, un vulgar tabloide sensacionalista. Hildy se verá afectado súbitamente por cuitas y dudas metafísicas que parecen tener algo que ver con el Ordenador Central de Luna, una suerte de Gran Hermano nanotecnológico programado para velar por la supervivencia de los humanos asentados en Luna.

Varley aprovecha así la coyuntura para desbarrar cosa mala sobre los probables avances humanos a nivel médico, social, tecnológico y, sobre todo, sexual y de identidad. Desde granjas de brontosaurios, hasta cambios de sexo a la carta -no en vano Hildy pasará media novela siendo un hombre y la otra media como mujer-, pasando por detalladas descripciones de cómo se abastece de energía la Luna o cómo se han desarrollado nuevas religiones paganas basadas en el más burdo star-system del siglo XX, llega un punto que la historia se convierte en lo de menos.
Es este uno de esos casos de muerte por empacho. No hay otra forma de definir esta novela que la de monumental pastiche al que le sobran ingredientes. Varley pierde enseguida el oremus y la novela, por extensiva, se hace aburrida y vaga. Además, la narración en primera persona no ayuda lo más mínimo a agilizar el ritmo, pues Varley pone en voz de nuestro protagonista plúmbeos soliloquios de filosofía ajada y enclenque que ya nacieron muertas en 1992, el año de su publicación.
También Heinlein forma parte de esta obra como si de un alma en pena se tratase: se oyen sus lamentos, más que nada. No sé si ha sido un intento de homenaje o tal vez de parodia, pero Varley se casca un último acto que intenta reconducir el desaguisado con algunas dosis heinleinianas que sólo se quedan en eso: un intento.
En resumen, Playa de Acero es exagerada, extensiva y pesadísima: un tocho injustificable. De sus 700 páginas le sobran, al menos, la mitad de puro vacío.

Es una lástima, porque la novela contiene más de una interesante vuelta de tuerca a ciertas ideas anquilosadas de la ciencia ficción más clásica. Pero Varley fracasa en el intento y lo que tiene que resultar atractivo se torna en previsible y de baja altura especulativa, lo que pretende ser divertido resulta granítico y aburrido, y lo que se supone solemne no es más que folletinesco. En fin, que le ha salido el tiro por la culata al bueno de Varley.

2 comentarios:

  1. ¡Por fin! La primera persona que tiene la misma opinión que yo sobre este libro (Con su permiso mi reseña está aquí: Playa de acero).

    Prueba La persistencia de la visión, tiene relatos que merecen la pena. Sus obras últimas me han parecido entre malas y muy malas.

    ResponderEliminar
  2. No eres el primero en recomendarme La persistencia como desquite... lo haré porque Varley me cae bien, pero tendrá que esperar, que tengo muchos pendientes.

    ResponderEliminar