jueves, 8 de abril de 2010

El Japón Heróico y Galante, de Enrique Gómez Carrillo

Tras la guerra ruso-japonesa de 1905, impactado el mundo ante el triunfo aplastante de Cipango, varios diarios españoles mandaron allí de corresponsal a Enrique Gómez Carrillo: discípulo de Rubén Darío, futuro embajador de Guatemala en Francia y esposo de la que luego fue mujer de Saint-Exupéry. Unos años después de su vuelta como corresponsal, publicó El Japón Heroico y Galante con las notas que tomó en aquella estancia y que no fueron publicadas en su Viaje al Oriente.

El Japón Heroico y Galante es como un mapa antiguo, de aquellos que se decoraban con las leyendas sobre determinados lugares y junto a las montañas y relieves dibujaban cocodrilos, tribus armadas y animales extraños; solo que aquí Gómez Carrillo decora la realidad con ficciones, e imbuye a muchos de los ciudadanos anónimos de los que habla del espíritu de épicas de samurais que, en aquel momento estaban siendo promocionadas desde el gobierno para inflamar el sentimiento patriótico. En cierto modo, esta visión que combina los mitos, leyendas y cuentos popularespopulares (y que, repito, el gobierno trataba de hacer pasar casi por verdades en aquel momento) con la realidad nos ayuda a entender por qué durante la II Guerra Mundial, cuando la defensa estadounidense encargó a Ruth Benedict el estudio sobre la mentalidad japonesa que acabaría siendo plasmado en El Crisantemo y la Espada se sorprendían por cosas como esta:
Durante la campaña en el norte de Birmania, la proporción de prisioneros [japoneses] con respecto a los muertos fue de 142 a 17166; es decir, de 1 a 120. Y de los 142 soldados que se encontraban en los campos de prisioneros, todos, excepto una pequeña minoría, se hallaban heridos o inconscientes cuando fueron apresados (…) En los ejércitos de las naciones occidentales, es un hecho reconocido que las unidades no pueden resistir a la muerte de la cuarta o la tercera parte de sus efectivos sin rendirse. La proporción entre los que se entregan y los muertos es de cuatro a uno.
Tras leer El Japón Heroico y Galante podemos intuir qué llevó a ese extremo: extrañas interpretaciones de códigos de caballería (Bushido), reconstrucciones mitológicas y cargadas de épica de hechos históricos, el movimiento oficial del Fukoku Kyōhei (que cuando Gómez Carrillo pisó Japón aún estaba mutando, al ser rescatadas de la tumba interpretaciones más modernistas del Sonnō Jōi) aunque ciertamente con un estilo más literario y menos científico que el de los análisis de Benedict.
Pero Enrique Gómez Carrillo no se queda sólo en el relato de los mitos populares y de la historia corrupta, del análisis de la prosa y sobre todo de la poesía nipona, del arte y las prácticas religiosas: Relata también el sufrimiento y la miseria de los barrios pobres de Tokio, donde cientos de personas malvivían hacinadas con unas monedas al día, y donde muchos de ellos vivían en unas condiciones indignas incluso de la primera etapa de industrialización europea. Ilustra también, cosa no demasiado frecuente en aquella época, la situación de sumisión de la mujer, sobre todo de la mujer casada y de la extraña mezcla de veneración y desprecio hacia las prostitutas. Este último punto está muy bien ilustrado, ya que también cuenta la contratación y encuentro carnal con una de ellas.
Gómez Carrillo: Sombrero y Bigotón
El Japón Heroico y Galante está escrito en una prosa muy distinta de la prosa periodística actual y de los abortos literarios y gramáticos que cometen los reporteros y enviados especiales a que estamos acostumbrados. No se contenta con usar puntos y comas como los malos periodistas, si no que usa términos que a día de hoy le costarían el despido y baneo destierro de más de un país democrático: llama amarillos a los japoneses y a los asiáticos en general, dice que los japoneses de clases altas descienden a buen seguro de tribus de origen ruso porque sus mujeres son más bellas que las campesinas y usa determinados términos que hoy día harían llorar a más de un redactor jefe. A pesar del lenguaje (hoy) epatador, de sus formas literarias extrañas, de sus imprecisiones y su romanización de oído, la obra de Enrique Gómez Carrillo nos da una aproximación verosímil de qué ideas motivaban las acciones tanto del día a día como a nivel estratégico del país y cómo se acababa plasmando todo ello en la vida cotidiana.

2 comentarios:

  1. Este va a caer, ya lo creo que sí. Desde que he visto la foto de Gómez Carrillo estoy seguro.

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  2. Felicidades. Hablar de Carrillo es un ejercicio de intelectuales. Es un escritor de calidad. Lástima que lo estamos olvidando con el paso del tiempo.

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