viernes, 16 de abril de 2010

Lanzarote, de Michel Houellebecq

Desde el éxito que supuso su primera novela, Ampliación del campo de batalla (qué bello título), el escritor francés Michel Houellebecq se hizo con uno de los cetros de poder de la más fuliginosa posmodernidad. En aquella novela Houellebecq se reveló como un observador derrotado por la feroz contemporaneidad, donde el hombre -los hombres- no tienen más opción que seguir adelante acumulando frustraciones, fracasos y resignación. Ni siquiera el sexo juega el papel de refugio y catalizador mínimamente liberador que luego tendría en sus obras posteriores.

Tras la confirmación de éxito que significó su segunda novela (Las Partículas Elementales) Houellebecq publicó Lanzarote, un modesto artefacto que apenas sobrepasa las cien páginas y en el que el sexo, como en Las Partículas, se aparece como un desahogo efímero en la aplastada vida de los protagonistas de la brevísima obra.

El paisaje volcánico y árido de Lanzarote se convierte para Houellebecq en el marco físico y mental perfecto para presentar un fin de siglo sin salidas, en el que la única opción es la huída hacia delante a la vorágine ya irrefrenable del sistema. Y como placebo ante tan funesto destino solo queda follar durante tu paquete vacacional.

Es la isla canaria el destino de las vacaciones de un hombre roto, burgués y cuarentón, que decide visitarla, precisamente, por ser lo opuesto al concepto de isla turística, caribeña. Lanzarote, llena de tierra negra volcánica, y cuya única vegetación es una sucesión de cactus olvidados, se convierte en un premonitorio escenario en el que el protagonista se deja llevar sin brújula alguna. Así, la novela nos muestra su periplo vacacional, acompañado de una pareja de lesbianas alemanas (abiertas al threesome with cock) y un policía Belga en franca decadencia sentimental y sexual. Lanzarote, la novela, funciona como una suerte de preludio de lo que luego sería La posibilidad de una isla (otro bonito título, ¿no?), su última obra publicada hasta la fecha.

Tal vez por su brevedad, Lanzarote ha sido considerada como una obra menor del francés, sin embargo su código literario está ahí, bien presente, provisto de ciertos lugares comunes al autor que, personalmente, no me canso de visitar.
Como escritor, Houellebecq es un insolvente fascinante, y quizás ese sea su mayor encanto. Su prosa puede resultar fragmentaria y con lagunas estilísticas de cierta consideración (abuso de frases cortas, por ejemplo), pero son insignificancias ante el talento abrumador del francés como observador cruel y preciso del sistema que hemos escogido; y como representante de una literatura rabiosamente vinculada al hombre contemporáneo, a sus escarceos con la (auto)condenación tecno y fisiológica y, finalmente, a su incapacidad para arreglar las cosas.

Como novelista de la contemporaneidad brutal a capite ad calcem, Houellebecq más que escribir, saca mierda a golpes de pala. Y Lanzarote es otro perfecto ejemplo de ello.

2 comentarios:

  1. He leído algo de Houellebecq, pero no Lanzarote, por intuir que va en la misma línea que Posibilidad de una isla, que me dejó frío. Por cierto, el mismo Houellebecq rodó una peli sobre el libro en los vergonzosos estudios de la Ciudad de la Luz de Alicante, que nos han costado y nos siguen costando una pasta a los valencianos. Ampliación del campo de batalla es una declaración de principios, pero me quedo sin duda con Las partículas elementales, ¡qué gran libro! Impactante, divertido, provocador y muuuy inteligente. El resto de Houellebecq, bien a secas. Plataforma, divertido pero lejos del nivelazo del anterior. Me gustó la adaptación al teatro de Plataforma que hizo Calixto Bieito hace tres años. Un tipo curioso.

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  2. Yo soy Houellebecqiano irredento. Toda su obra me parece genialoide.

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